Capítulo 18, verso 21 - Capítulo 28, verso 17
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sino que se despidió diciéndoles: «Volveré a vosotros otra vez, si Dios quiere.» Y embarcándose marchó de Éfeso.
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Desembarcó en Cesarea, subió a saludar a la Iglesia y después bajó a Antioquía.
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Después de pasar allí algún tiempo marchó a recorrer una tras otra las regiones de Galacia y Frigia para fortalecer a todos los discípulos.
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Un judío, llamado Apolo, originario de Alejandría, hombre elocuente, que dominaba las Escrituras, llegó a Éfeso.
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Había sido instruido en el Camino del Señor y con fervor de espíritu hablaba y enseñaba con todo esmero lo referente a Jesús, aunque solamente conocía el bautismo de Juan.
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Este, pues, comenzó a hablar con valentía en la sinagoga. Al oírle Aquila y Priscila, le tomaron consigo y le expusieron más exactamente el Camino.
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Queriendo él pasar a Acaya, los hermanos le animaron a ello y escribieron a los discípulos para que le recibieran. Una vez allí fue de gran provecho, con el auxilio de la gracia, a los que habían creído
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pues refutaba vigorosamente en público a los judíos, demostrando por las Escrituras que el Cristo era Jesús.
Capítulo 19
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Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó las regiones altas y llegó a Éfeso donde encontró algunos discípulos
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les preguntó: «¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando abrazasteis la fe?» Ellos contestaron: «Pero si nosotros no hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo.»
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El replicó: «¿Pues qué bautismo habéis recibido?» - «El bautismo de Juan», respondieron.
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Pablo añadió: «Juan bautizó con un bautismo de conversión, diciendo al pueblo que creyesen en el que había de venir después de él, o sea en Jesús.»
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Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús.
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Y, habiéndoles Pablo impuesto las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar.
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Eran en total unos doce hombres.
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Entró en la sinagoga y durante tres meses hablaba con valentía, discutiendo acerca del Reino de Dios e intentando convencerles.
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Pero como algunos, obstinados e incrédulos, hablaban mal del Camino ante la gente, rompió con ellos y formó grupo aparte con los discípulos
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Esto duró dos años, de forma que pudieron oír la Palabra del Señor todos los habitantes de Asia, tanto judíos como griegos.
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Dios obraba por medio de Pablo milagros no comunes,
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de forma que bastaba aplicar a los enfermos los pañuelos o mandiles que había usado y se alejaban de ellos las enfermedades y salían los espíritus malos.
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Algunos exorcistas judíos ambulantes intentaron también invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, y decían: «Os conjuro por Jesús a quien predica Pablo.»
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Eran siete hijos de un tal Esceva, sumo sacerdote judío, los que hacían esto.
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Pero el espíritu malo les respondió: «A Jesús le conozco y sé quién es Pablo
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Y arrojándose sobre ellos el hombre poseído del mal espíritu, dominó a unos y otros y pudo con ellos de forma que tuvieron que huir de aquella casa desnudos y cubiertos de heridas.
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Llegaron a enterarse de esto todos los habitantes de Éfeso, tanto judíos como griegos. El temor se apoderó de todos ellos y fue glorificado el nombre del Señor Jesús.
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Muchos de los que habían creído venían a confesar y declarar sus prácticas.
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Bastantes de los que habían practicado la magia reunieron los libros y los quemaron delante de todos. Calcularon el precio de los libros y hallaron que subía a 50.000 monedas de plata.
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De esta forma la Palabra del Señor crecía y se robustecía poderosamente.
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Después de estos sucesos, Pablo tomó la decisión de ir a Jerusalén pasando por Macedonia y Acaya. Y decía: «Después de estar allí he de visitar también Roma.»
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Envió a Macedonia a dos de sus auxiliares, Timoteo y Erasto, mientras él se quedaba algún tiempo en Asia.
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Por entonces se produjo un tumulto no pequeño con motivo del Camino.
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Cierto platero, llamado Demetrio, que labraba en plata templetes de Artemisa y proporcionaba no pocas ganancias a los artífices,
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reunió a éstos y también a los obreros de este ramo y les dijo: «Compañeros, vosotros sabéis que a esta industria debemos el bienestar
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pero estáis viendo y oyendo decir que no solamente en Éfeso, sino en casi toda el Asia, ese Pablo persuade y aparta a mucha gente, diciendo que no son dioses los que se fabrican con las manos.
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Y esto no solamente trae el peligro de que nuestra profesión caiga en descrédito, sino también de que el templo de la gran diosa Artemisa sea tenido en nada y venga a ser despojada de su grandeza aquella a quien adora toda el Asia y toda la tierra.»
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Al oír esto, llenos de furor se pusieron a gritar: «¡Grande es la Artemisa de los efesios!»
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La ciudad se llenó de confusión. Todos a una se precipitaron en el teatro arrastrando consigo a Gayo y a Aristarco, macedonios, compañeros de viaje de Pablo.
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Pablo quiso entrar y presentarse al pueblo, pero se lo impidieron los discípulos.
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Incluso algunos asiarcas, que eran amigos suyos, le enviaron a rogar que no se arriesgase a ir al teatro.
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Unos gritaban una cosa y otros otra. Había gran confusión en la asamblea y la mayoría no sabía por qué se habían reunido.
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Algunos de entre la gente aleccionaron a Alejandro a quien los judíos habían empujado hacia delante. Alejandro pidió silencio con la mano y quería dar explicaciones al pueblo.
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Pero al conocer que era judío, todos a una voz se pusieron a gritar durante casi dos horas: «¡Grande es la Artemisa de los efesios!»
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Cuando el magistrado logró calmar a la gente, dijo: «Efesios, ¿quién hay que no sepa que la ciudad de los efesios es la guardiana del templo de la gran Artemisa y de su estatua caída del cielo?
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Siendo, pues, esto indiscutible, conviene que os calméis y no hagáis nada inconsideradamente.
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Habéis traído acá a estos hombres que no son sacrílegos ni blasfeman contra nuestra diosa.
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Si Demetrio y los artífices que le acompañan tienen quejas contra alguno, audiencias y procónsules hay
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Y si tenéis algún otro asunto, se resolverá en la asamblea legal.
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Porque, además, corremos peligro de ser acusados de sedición por lo de hoy, no existiendo motivo alguno que nos permita justificar este tumulto.» Dicho esto disolvió la asamblea.
Capítulo 20
1
Cuando hubo cesado el tumulto, Pablo mandó llamar a los discípulos, los animó, se despidió de ellos y salió camino de Macedonia.
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Recorrió aquellas regiones y exhortó a los fieles con largos discursos
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Pasó allí tres meses. Los judíos tramaron una conjuración contra él cuando estaba a punto de embarcarse para Siria
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Le acompañaban Sópatros, hijo de Pirro, de Berea
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Estos se adelantaron y nos esperaron en Tróada.
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Nosotros, después de los días de los Azimos, nos embarcamos en Filipos y al cabo de cinco días nos unimos a ellos en Tróada donde pasamos siete días.
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El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para la fracción del pan, Pablo, que debía marchar al día siguiente, conversaba con ellos y alargó la charla hasta la media noche.
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Había abundantes lámparas en la estancia superior donde estábamos reunidos.
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Un joven, llamado Eutico, estaba sentado en el borde de la ventana
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Bajó Pablo, se echó sobre él y tomándole en sus brazos dijo: «No os inquietéis, pues su alma está en él.»
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Subió luego
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Trajeron al muchacho vivo y se consolaron no poco.
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Nosotros nos adelantamos a tomar la nave y partimos hacia Asso, donde habíamos de recoger a Pablo
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Cuando nos alcanzó en Asso, le tomamos a bordo y llegamos a Mitilene.
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Al día siguiente nos hicimos a la mar y llegamos a la altura de Quíos
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Pablo había resuelto pasar de largo por Éfeso, para no perder tiempo en Asia. Se daba prisa, porque quería estar, si le era posible, el día de Pentecostés en Jerusalén.
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Desde Mileto envió a llamar a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso.
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Cuando llegaron donde él, les dijo: «Vosotros sabéis cómo me comporté siempre con vosotros, desde el primer día que entré en Asia,
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sirviendo al Señor con toda humildad y lágrimas y con las pruebas que me vinieron por las asechanzas de los judíos
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cómo no me acobardé cuando en algo podía seros útil
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dando testimonio tanto a judíos como a griegos para que se convirtieran a Dios y creyeran en nuestro Señor Jesús.
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«Mirad que ahora yo, encadenado en el espíritu, me dirijo a Jerusalén, sin saber lo que allí me sucederá
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solamente sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me testifica que me aguardan prisiones y tribulaciones.
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Pero yo no considero mi vida digna de estima, con tal que termine mi carrera y cumpla el ministerio que he recibido del Señor Jesús, de dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios.
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«Y ahora yo sé que ya no volveréis a ver mi rostro ninguno de vosotros, entre quienes pasé predicando el Reino.
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Por esto os testifico en el día de hoy que yo estoy limpio de la sangre de todos,
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pues no me acobardé de anunciaros todo el designio de Dios.
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«Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio hijo.
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«Yo sé que, después de mi partida, se introducirán entre vosotros lobos crueles que no perdonarán al rebaño
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y también que de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas, para arrastrar a los discípulos detrás de sí.
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Por tanto, vigilad y acordaos que durante tres años no he cesado de amonestaros día y noche con lágrimas a cada uno de vosotros.
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«Ahora os encomiendo a Dios y a la Palabra de su gracia, que tiene poder para construir el edificio y daros la herencia con todos los santificados.
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«Yo de nadie codicié plata, oro o vestidos.
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Vosotros sabéis que estas manos proveyeron a mis necesidades y a las de mis compañeros.
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En todo os he enseñado que es así, trabajando, como se debe socorrer a los débiles y que hay que tener presentes las palabras del Señor Jesús, que dijo: Mayor felicidad hay en dar que en recibir.»
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Dicho esto se puso de rodillas y oro con todos ellos.
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Rompieron entonces todos a llorar y arrojándose al cuello de Pablo, le besaban,
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afligidos sobre todo por lo que había dicho: que ya no volverían a ver su rostro. Y fueron acompañándole hasta la nave.
Capítulo 21
1
Despidiéndonos de ellos nos hicimos a la mar y navegamos derechamente hasta llegar a Cos
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Encontramos una nave que partía para Fenicia
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Avistamos Chipre y, dejándola a la izquierda, íbamos navegando rumbo a Siria
4
Habiendo encontrado a los discípulos nos quedamos allí siete días. Ellos, iluminados por el Espíritu, decían a Pablo que no subiese a Jerusalén.
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Cuando se nos pasaron aquellos días, salimos y nos pusimos en camino. Todos nos acompañaron con sus mujeres e hijos, hasta las afueras de la ciudad. En la playa nos pusimos de rodillas y oramos
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nos despedimos unos de otros y subimos a la nave
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Nosotros, terminando la travesía, fuimos de Tiro a Tolemaida
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Al siguiente partimos y llegamos a Cesarea
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Tenía éste cuatro hijas vírgenes que profetizaban.
10
Nos detuvimos allí bastantes días
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se acercó a nosotros, tomó el cinturón de Pablo, se ató sus pies y sus manos y dijo: «Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al hombre de quien es este cinturón. Y le entregarán en manos de los gentiles.»
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Al oír esto nosotros y los de aquel lugar le rogamos que no subiera a Jerusalén.
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Entonces Pablo contestó: «¿Por qué habéis de llorar y destrozarme el corazón? Pues yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, sino a morir también en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús.»
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Como no se dejaba convencer, dejamos de insistir y dijimos: «Hágase la voluntad del Señor.»
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Transcurridos estos días y hechos los preparativos de viaje, subimos a Jerusalén.
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Venían con nosotros algunos discípulos de Cesarea, que nos llevaron a casa de cierto Mnasón, de Chipre, antiguo discípulo, donde nos habíamos de hospedar.
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Llegados a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con alegría.
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Al día siguiente Pablo, con todos nosotros, fue a casa de Santiago
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Les saludó y les fue exponiendo una a una todas las cosas que Dios había obrado entre los gentiles por su ministerio.
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Ellos, al oírle, glorificaban a Dios. Entonces le dijeron: «Ya ves, hermano, cuántos miles y miles de judíos han abrazado la fe, y todos son celosos partidarios de la Ley.
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Y han oído decir de ti que enseñas a todos los judíos que viven entre los gentiles que se aparten de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos ni observen las tradiciones.
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¿Qué hacer, pues? Porque va a reunirse la muchedumbre al enterarse de tu venida.
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Haz, pues, lo que te vamos a decir: Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen un voto que cumplir.
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Tómalos y purifícate con ellos
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En cuanto a los gentiles que han abrazado la fe, ya les escribimos nosotros nuestra decisión: Abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de animal estrangulado y de la impureza.»
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Entonces Pablo tomó al día siguiente a los hombres, y habiéndose purificado con ellos, entró en el Templo para declarar el cumplimiento del plazo de los días de la purificación cuando se había de presentar la ofrenda por cada uno de ellos.
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Cuando estaban ya para cumplirse los siete días, los judíos venidos de Asia le vieron en el Templo, revolvieron a todo el pueblo, le echaron mano
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y se pusieron a gritar: «¡Auxilio, hombres de Israel! Este es el hombre que va enseñando a todos por todas partes contra el pueblo, contra la Ley y contra este Lugar
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Pues habían visto anteriormente con él en la ciudad a Trofimo, de Éfeso, a quien creían que Pablo había introducido en el Templo.
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Toda la ciudad se alborotó y la gente concurrió de todas partes. Se apoderaron de Pablo y lo arrastraron fuera del Templo
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Intentaban darle muerte, cuando subieron a decir al tribuno de la cohorte: «Toda Jerusalén está revuelta.»
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Inmediatamente tomó consigo soldados y centuriones y bajó corriendo hacia ellos
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Entonces el tribuno se acercó, le prendió y mandó que le atasen con dos cadenas
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Pero entre la gente unos gritaban una cosa y otros otra. Como no pudiese sacar nada en claro a causa del alboroto, mandó que le llevasen al cuartel.
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Cuando llegó a las escaleras, tuvo que ser llevado a hombros por los soldados a causa de la violencia de la gente
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pues toda la multitud le iba siguiendo y gritando: «¡Mátale!»
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Cuando iban ya a meterle en el cuartel, Pablo dijo al tribuno: «¿Me permites decirte una palabra?» El le contestó: «Pero, ¿sabes griego?
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¿No eres tú entonces el egipcio que estos últimos días ha amotinado y llevado al desierto a los 4.000 terroristas?»
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Pablo dijo: «Yo soy un judío, de Tarso, ciudadano de una ciudad no oscura de Cilicia. Te ruego que me permitas hablar al pueblo.»
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Se lo permitió. Pablo, de pie sobre las escaleras, pidió con la mano silencio al pueblo. Y haciéndose un gran silencio, les dirigió la palabra en lengua hebrea.
Capítulo 22
1
«Hermanos y padres, escuchad la defensa que ahora hago ante vosotros.»
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Al oír que les hablaba en lengua hebrea guardaron más profundo silencio. Y dijo:
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«Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley de nuestros padres
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Yo perseguí a muerte a este Camino, encadenando y arrojando a la cárcel a hombres y mujeres,
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como puede atestiguármelo el Sumo Sacerdote y todo el Consejo de ancianos. De ellos recibí también cartas para los hermanos de Damasco y me puse en camino con intención de traer también encadenados a Jerusalén a todos los que allí había, para que fueran castigados.
6
«Pero yendo de camino, estando ya cerca de Damasco, hacia el mediodía, me envolvió de repente una gran luz venida del cielo
7
caí al suelo y oí una voz que me decía: "Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?"
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Yo respondí: "¿Quién eres, Señor?" Y él a mí: "Yo soy Jesús Nazoreo, a quien tú persigues."
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Los que estaban vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba.
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Yo dije: "¿Qué he de hacer, Señor?" Y el Señor me respondió: "Levántate y vete a Damasco
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Como yo no veía, a causa del resplandor de aquella luz, conducido de la mano por mis compañeros llegué a Damasco.
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«Un tal Ananías, hombre piadoso según la Ley, bien acreditado por todos los judíos que habitaban allí,
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vino a verme, y presentándose ante mí me dijo: "Saúl, hermano, recobra la vista." Y en aquel momento le pude ver.
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El me dijo: "El Dios de nuestros padres te ha destinado para que conozcas su voluntad, veas al Justo y escuches la voz de sus labios,
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pues le has de ser testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído.
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Y ahora, ¿qué esperas? Levántate, recibe el bautismo y lava tus pecados invocando su nombre."
17
«Habiendo vuelto a Jerusalén y estando en oración en el Templo, caí en éxtasis
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y le vi a él que me decía: "Date prisa y marcha inmediatamente de Jerusalén, pues no recibirán tu testimonio acerca de mí."
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Yo respondí: "Señor, ellos saben que yo andaba por las sinagogas encarcelando y azotando a los que creían en ti
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y cuando se derramó la sangre de tu testigo Esteban, yo también me hallaba presente, y estaba de acuerdo con los que le mataban y guardaba sus vestidos."
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Y me dijo: "Marcha, porque yo te enviaré lejos, a los gentiles".»
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Le estuvieron escuchando hasta estas palabras y entonces alzaron sus voces diciendo: «¡Quita a ése de la tierra!
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Vociferaban, agitaban sus vestidos y arrojaban polvo al aire.
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El tribuno mandó llevarlo dentro del cuartel y dijo que lo sometieran a los azotes para averiguar por qué motivo gritaban así contra él.
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Cuando le tenían estirado con las correas, dijo Pablo al centurión que estaba allí: «¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haberle juzgado?»
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Al oír esto el centurión fue donde el tribuno y le dijo: «¿Qué vas a hacer? Este hombre es ciudadano romano.»
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Acudió el tribuno y le preguntó: «Dime, ¿eres ciudadano romano?» - «Sí», respondió.
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- «Yo, dijo el tribuno, conseguí esta ciudadanía por una fuerte suma.» - «Pues yo, contestó Pablo, la tengo por nacimiento.»
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Al momento se retiraron los que iban a darle tormento. El tribuno temió al darse cuenta que le había encadenado siendo ciudadano romano.
30
Al día siguiente, queriendo averiguar con certeza de qué le acusaban los judíos, le sacó de la cárcel y mandó que se reunieran los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín
Capítulo 23
1
Pablo miró fijamente al Sanedrín y dijo: «Hermanos, yo me he portado con entera buena conciencia ante Dios, hasta este día.»
2
Pero el Sumo Sacerdote Ananías mandó a los que le asistían que le golpeasen en la boca.
3
Entonces Pablo le dijo: «¡Dios te golpeará a ti, pared blanqueada! ¿Tú te sientas para juzgarme conforme la Ley y mandas, violando la Ley, que me golpeen?»
4
Pero los que estaban a su lado le dijeron: «¿Insultas al Sumo Sacerdote de Dios?»
5
Pablo contestó: «No sabía, hermanos, que fuera el Sumo Sacerdote
6
Pablo, dándose cuenta de que una parte eran saduceos y la otra fariseos, gritó en medio del Sanedrín: «Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos
7
Al decir él esto, se produjo un altercado entre fariseos y saduceos y la asamblea se dividió.
8
Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu
9
Se levantó, pues, un gran griterío. Se pusieron en pie algunos escribas del partido de los fariseos y se oponían diciendo: «Nosotros no hallamos nada malo en este hombre. ¿Y si acaso le habló algún espíritu o un ángel?»
10
Como el altercado iba creciendo, temió el tribuno que Pablo fuese despedazado por ellos y mandó a la tropa que bajase, que le arrancase de entre ellos y le llevase al cuartel.
11
A la noche siguiente se le apareció el Señor y le dijo: «¡Animo!, pues como has dado testimonio de mí en Jerusalén, así debes darlo también en Roma.»
12
Al amanecer, los judíos se confabularon y se comprometieron bajo anatema a no comer ni beber hasta que hubieran matado a Pablo.
13
Eran más de cuarenta los comprometidos en esta conjuración.
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Estos, pues, se presentaron a los sumos sacerdotes y a los ancianos y le dijeron: «Bajo anatema nos hemos comprometido a no probar cosa alguna hasta que no hayamos dado muerte a Pablo.
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Vosotros por vuestra parte, de acuerdo con el Sanedrín, indicad al tribuno que os lo baje donde vosotros, como si quisierais examinar más a fondo su caso
16
El hijo de la hermana de Pablo se enteró de la celada. Se presentó en el cuartel, entró y se lo contó a Pablo.
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Pablo llamó a uno de los centuriones y le dijo: «Lleva a este joven donde el tribuno, pues tiene algo que contarle.»
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El tomó y le presentó al tribuno diciéndole: «Pablo, el preso, me llamó y me rogó que te trajese este joven que tiene algo que decirte.»
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El tribuno le tomó de la mano, le llevó aparte y le preguntó: «¿Qué es lo que tienes que contarme?»
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- «Los judíos, contestó, se han concertado para pedirte que mañana bajes a Pablo al Sanedrín con el pretexto de hacer una indagación más a fondo sobre él.
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Pero tú no les hagas caso, pues le preparan una celada más de cuarenta hombres de entre ellos, que se han comprometido bajo anatema a no comer ni beber hasta haberle dado muerte
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El tribuno despidió al muchacho dándole esta recomendación: «No digas a nadie que me has denunciado estas cosas.»
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Después llamó a dos centuriones y les dijo: «Tened preparados para la tercera hora de la noche doscientos soldados, para ir a Cesarea, setenta de caballería y doscientos lanceros.
24
Preparad también cabalgaduras para que monte Pablo
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Y escribió una carta en estos términos:
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«Claudio Lisias saluda al excelentísimo procurador Félix.»
27
Este hombre había sido apresado por los judíos y estaban a punto de matarlo cuando, al saber que era romano, acudí yo con la tropa y le libré de sus manos.
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Queriendo averiguar el crimen de que le acusaban, le bajé a su Sanedrín.
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Y hallé que le acusaban sobre cuestiones de su Ley, pero que no tenía ningún cargo digno de muerte o de prisión.
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Pero habiéndome llegado el aviso de que se preparaba una celada contra este hombre, al punto te lo he mandado y he informado además a sus acusadores que formulen sus quejas contra él ante ti.»
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Los soldados, conforme a lo que se les había ordenado, tomaron a Pablo y lo condujeron de noche a Antipátrida
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a la mañana siguiente dejaron que los de caballería se fueran con él y ellos se volvieron al cuartel.
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Al llegar aquéllos a Cesarea, entregaron la carta al procurador y le presentaron también a Pablo.
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Habiéndola leído, preguntó de qué provincia era y, al saber que era de Cilicia, le dijo:
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«Te oiré cuando estén también presentes tus acusadores.» Y mandó custodiarle en el pretorio de Herodes.
Capítulo 24
1
Cinco días después bajó el Sumo Sacerdote Ananías con algunos ancianos y un tal Tértulo, abogado, y presentaron ante el procurador acusación contra Pablo.
2
Citado Pablo, Tértulo dio principio a la acusación diciendo: «Gracias a ti gozamos de mucha paz y las mejoras realizadas por tu providencia en beneficio de esta nación,
3
en todo y siempre las reconocemos, excelentísimo Félix, con todo agradecimiento.
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Pero para no molestarte más, te ruego que nos escuches un momento con tu característica clemencia.
5
Hemos encontrado esta peste de hombre que provoca altercados entre los judíos de toda la tierra y que es el jefe principal de la secta de los nazoreos.
6
Ha intentado además profanar el Templo, pero nosotros le apresamos.
8
Interrogándole, podrás tú llegar a conocer a fondo todas estas cosas de que le acusamos.»
9
Los judíos le apoyaron, afirmando que las cosas eran así.
10
Entonces el procurador concedió la palabra a Pablo y éste respondió: «Yo sé que desde hace muchos años vienes juzgando a esta nación
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Tú mismo lo puedes comprobar: No hace más de doce días que yo subí a Jerusalén en peregrinación.
12
Y ni en el Templo, ni en las sinagogas ni por la ciudad me han encontrado discutiendo con nadie ni alborotando a la gente.
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Ni pueden tampoco probarte las cosas de que ahora me acusan.
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«En cambio te confieso que según el Camino, que ellos llaman secta, doy culto al Dios de mis padres, creo en todo lo que se encuentra en la Ley y está escrito en los Profetas
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y tengo en Dios la misma esperanza que éstos tienen, de que habrá una resurrección, tanto de los justos como de los pecadores.
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Por eso yo también me esfuerzo por tener constantemente una conciencia limpia ante Dios y ante los hombres.
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«Al cabo de muchos años he venido a traer limosnas a los de mi nación y a presentar ofrendas.
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Y me encontraron realizando estas ofrendas en el Templo después de haberme purificado, y no entre tumulto de gente.
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Y fueron algunos judíos de Asia... - que son los que debieran presentarse ante ti y acusarme si es que tienen algo contra mí
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o si no, que digan estos mismos qué crimen hallaron en mí cuando comparecí ante el Sanedrín,
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a no ser este solo grito que yo lancé estando en medio de ellos: "Yo soy juzgado hoy por vosotros a causa de la resurrección de los muertos.»
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Félix, que estaba bien informado en lo referente al Camino, les dio largas diciendo: «Cuando baje el tribuno Lisias decidiré vuestro asunto.»
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Y ordenó al centurión que custodiase a Pablo, que le dejase tener alguna libertad y que no impidiese a ninguno de los suyos el asistirle.
24
Después de unos días vino Félix con su esposa Drusila, que era judía
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Y al hablarle Pablo de la justicia, del dominio propio y del juicio futuro, Félix, aterrorizado, le interrumpió: «Por ahora puedes marcharte
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Esperaba al mismo tiempo Félix que Pablo le diese dinero
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Pasados dos años Félix recibió como sucesor a Porcio Festo
Capítulo 25
1
Tres días después de haber llegado a la provincia, subió Festo de Cesarea a Jerusalén.
2
Los sumos sacerdotes y los principales de los judíos le presentaron acusación contra Pablo e insistentemente
3
le pedían una gracia contra él, que le hiciera trasladar a Jerusalén, mientras preparaban una celada para matarle en el camino.
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Pero Festo les contestó que Pablo debía estar custodiado en Cesarea, y que él mismo estaba para marchar allá inmediatamente.
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«Que bajen conmigo, les dijo, los que entre vosotros tienen autoridad y si este hombre es culpable en algo, formulen acusación contra él.»
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Después de pasar entre ellos no más de ocho o diez días, bajó a Cesarea y al día siguiente se sentó en el tribunal y mandó traer a Pablo.
7
Así que éste se presentó le rodearon los judíos que habían bajado de Jerusalén, presentando contra él muchas y graves acusaciones, que no podían probar.
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Pablo se defendía diciendo: «Yo no he cometido falta alguna ni contra la Ley de los judíos ni contra el Templo ni contra el César.»
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Pero Festo, queriendo congraciarse con los judíos, preguntó a Pablo: «¿Quieres subir a Jerusalén y ser allí juzgado de estas cosas en mi presencia?»
10
Pablo contestó: «Estoy ante el tribunal del César, que es donde debo ser juzgado. A los judíos no les he hecho ningún mal, como tú muy bien sabes.
11
Si, pues, soy reo de algún delito o he cometido algún crimen que merezca la muerte, no rehúso morir
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Entonces Festo deliberó con el Consejo y respondió: «Has apelado al César, al César irás.»
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Pasados algunos días, el rey Agripa y Berenice vinieron a Cesarea y fueron a saludar a Festo.
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Como pasaran allí bastantes días, Festo expuso al rey el caso de Pablo: «Hay aquí un hombre, le dijo, que Félix dejó prisionero.
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Estando yo en Jerusalén presentaron contra él acusación los sumos sacerdotes y los ancianos de los judíos, pidiendo contra él sentencia condenatoria.
16
Yo les respondí que no es costumbre de los romanos entregar a un hombre antes de que el acusado tenga ante sí a los acusadores y se le dé la posibilidad de defenderse de la acusación.
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Ellos vinieron aquí juntamente conmigo, y sin dilación me senté al día siguiente en el tribunal y mandé traer al hombre.
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Los acusadores comparecieron ante él, pero no presentaron ninguna acusación de los crímenes que yo sospechaba
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solamente tenían contra él unas discusiones sobre su propia religión y sobre un tal Jesús, ya muerto, de quien Pablo afirma que vive.
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Yo estaba perplejo sobre estas cuestiones y le propuse si quería ir a Jerusalén y ser allí juzgado de estas cosas.
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Pero como Pablo interpuso apelación de que su caso se reservase a la decisión del Augusto, mandé que se le custodiara hasta remitirle al César.»
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Agripa dijo a Festo: «Querría yo también oír a ese hombre.» - «Mañana, dijo, le oirás.»
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Al día siguiente vinieron Agripa y Berenice con gran ostentación y entraron en la sala de audiencia, junto con los tribunos y los personajes de más categoría de la ciudad. A una orden de Festo, trajeron a Pablo.
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Festo dijo: «Rey Agripa y todos los aquí presentes
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Yo comprendí que no había hecho nada digno de muerte
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No sé en concreto qué escribir al Señor sobre él
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Pues me parece absurdo enviar un preso sin indicar las acusaciones formuladas contra él.»
Capítulo 26
1
Agripa dijo a Pablo: «Se te permite hablar en tu favor.» Entonces Pablo extendió su mano y empezó su defensa:
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«Me considero feliz, rey Agripa, al tener que defenderme hoy ante ti de todas las cosas de que me acusan los judíos,
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principalmente porque tú conoces todas las costumbres y cuestiones de los judíos. Por eso te pido que me escuches pacientemente.
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«Todos los judíos conocen mi vida desde mi juventud, desde cuando estuve en el seno de mi nación, en Jerusalén.
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Ellos me conocen de mucho tiempo atrás y si quieren pueden testificar que yo he vivido como fariseo conforme a la secta más estricta de nuestra religión.
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Y si ahora estoy aquí procesado es por la esperanza que tengo en la Promesa hecha por Dios a nuestros padres,
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cuyo cumplimiento están esperando nuestras doce tribus en el culto que asiduamente, noche y día, rinden a Dios. Por esta esperanza, oh rey, soy acusado por los judíos.
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¿Por qué tenéis vosotros por increíble que Dios resucite a los muertos?
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«Yo, pues, me había creído obligado a combatir con todos los medios el nombre de Jesús, el Nazoreo.
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Así lo hice en Jerusalén y, con poderes recibidos de los sumos sacerdotes, yo mismo encerré a muchos santos en las cárceles
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Frecuentemente recorría todas las sinagogas y a fuerza de castigos les obligaba a blasfemar y, rebosando furor contra ellos, los perseguía hasta en las ciudades extranjeras.
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«En este empeño iba hacia Damasco con plenos poderes y comisión de los sumos sacerdotes
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y al medio día, yendo de camino vi, oh rey, una luz venida del cielo, más resplandeciente que el sol, que me envolvió a mí y a mis compañeros en su resplandor.
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Caímos todos a tierra y yo oí una voz que me decía en lengua hebrea: "Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues? Te es duro dar coces contra el aguijón."
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Yo respondí: "¿Quién eres, Señor?" Y me dijo el Señor: "Yo soy Jesús a quien tú persigues.
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Pero levántate, y ponte en pie
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Yo te libraré de tu pueblo y de los gentiles, a los cuales yo te envío,
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para que les abras los ojos
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«Así pues, rey Agripa, no fui desobediente a la visión celestial,
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sino que primero a los habitantes de Damasco, después a los de Jerusalén y por todo el país de Judea y también a los gentiles he predicado que se convirtieran y que se volvieran a Dios haciendo obras dignas de conversión.
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Por esto los judíos, habiéndome prendido en el Templo, intentaban darme muerte.
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Con el auxilio de Dios hasta el presente me he mantenido firme dando testimonio a pequeños y grandes sin decir cosa que esté fuera de lo que los profetas y el mismo Moisés dijeron que había de suceder:
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que el Cristo había de padecer y que, después de resucitar el primero de entre los muertos, anunciaría la luz al pueblo y a los gentiles.»
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Mientras estaba él diciendo esto en su defensa, Festo le interrumpió gritándole: «Estás loco, Pablo
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Pablo contestó: «No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo cosas verdaderas y sensatas.
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Bien enterado está de estas cosas el rey, ante quien hablo con confianza
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¿Crees, rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees.»
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Agripa contestó a Pablo: «Por poco, con tus argumentos, haces de mí un cristiano.»
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Y Pablo replicó: «Quiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino todos los que me escuchan hoy, llegaran a ser tales como yo soy, a excepción de estas cadenas.»
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El rey, el procurador, Berenice y los que con ellos estaban sentados se levantaron,
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y mientras se retiraban iban diciéndose unos a otros: «Este hombre no ha hecho nada digno de muerte o de prisión.»
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Agripa dijo a Festo: «Podía ser puesto en libertad este hombre si no hubiera apelado al César.»
Capítulo 27
1
Cuando se decidió que nos embarcásemos rumbo a Italia, fueron confiados Pablo y algunos otros prisioneros a un centurión de la cohorte Augusta, llamado Julio.
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Subimos a una nave de Adramitio, que iba a partir hacia las costas de Asia, y nos hicimos a la mar. Estaba con nosotros Aristarco, macedonio de Tesalónica.
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Al otro día arribamos a Sidón. Julio se portó humanamente con Pablo y le permitió ir a ver a sus amigos y ser atendido por ellos.
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Partimos de allí y navegamos al abrigo de las costas de Chipre, porque los vientos eran contrarios.
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Atravesamos los mares de Cilicia y Panfilia y llegamos al cabo de quince días a Mira de Licia.
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Allí encontró el centurión una nave alejandrina que navegaba a Italia, y nos hizo subir a bordo.
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Durante muchos días la navegación fue lenta y a duras penas llegamos a la altura de Gnido. Como el viento no nos dejaba entrar en puerto, navegamos al abrigo de Creta por la parte de Salmone
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y costeándola con dificultad, llegamos a un lugar llamado Puertos Buenos, cerca del cual se encuentra la ciudad de Lasea.
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Había transcurrido bastante tiempo y la navegación era peligrosa, pues incluso había ya pasado el Ayuno. Pablo les advertía:
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«Amigos, veo que la navegación va a traer gran peligro y grave daño no sólo para el cargamento y la nave, sino también para nuestras propias personas.»
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Pero el centurión daba más crédito al piloto y al patrón que no a las palabras de Pablo.
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Como el puerto no era a propósito para invernar, la mayoría decidió hacerse a la mar desde allí, por si era posible llegar a Fénica, un puerto de Creta que mira al suroeste y al noroeste, y pasar allí el invierno.
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Soplaba ligeramente entonces el viento del sur y creyeron que podían poner en práctica su propósito
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Pero no mucho después se desencadenó un viento huracanado procedente de la isla, llamado Euroaquilón.
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La nave fue arrastrada y, no pudiendo hacer frente al viento, nos abandonamos a la deriva.
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Navegando a sotavento de una isleta llamada Cauda, pudimos con mucha dificultad hacernos con el bote.
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Una vez izado el bote se emplearon los cables de refuerzo, ciñendo el casco por debajo
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Y como el temporal seguía sacudiéndonos furiosamente, al día siguiente aligeraron la nave.
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Y al tercer día con sus propias manos arrojaron al mar el aparejo de la nave.
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Durante muchos días no apareció el sol ni las estrellas
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Hacía ya días que no habíamos comido
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Pero ahora os recomiendo que tengáis buen ánimo
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Pues esta noche se me ha presentado un ángel del Dios a quien pertenezco y a quien doy culto,
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y me ha dicho: "No temas, Pablo
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Por tanto, amigos, ¡ánimo! Yo tengo fe en Dios de que sucederá tal como se me ha dicho.
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Iremos a dar en alguna isla.»
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Era ya la décima cuarta noche que íbamos a la deriva por el Adriático, cuando hacia la media noche presintieron los marineros la proximidad de tierra.
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Sondearon y hallaron veinte brazas
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Temerosos de que fuésemos a chocar contra algunos escollos, echaron cuatro anclas desde la popa y esperaban ansiosamente que se hiciese de día.
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Los marineros intentaban escapar de la nave, y estaban ya arriando el bote con el pretexto de echar los cables de las anclas de proa.
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Pero Pablo dijo al centurión y a los soldados: «Si no se quedan éstos en la nave, vosotros no os podréis salvar.»
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Entonces los soldados cortaron las amarras del bote y lo dejaron caer.
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Mientras esperaban que se hiciera de día, Pablo aconsejaba a todos que tomasen alimento diciendo: «Hace ya catorce días que, en continua expectación, estáis en ayunas, sin haber comido nada.
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Por eso os aconsejo que toméis alimento, pues os conviene para vuestra propia salvación
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Diciendo esto, tomó pan, dio gracias a Dios en presencia de todos, lo partió y se puso a comer.
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Entonces todos los demás se animaron y tomaron también alimento.
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Estábamos en total en la nave 276 personas.
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Una vez satisfechos, aligeraron la nave arrojando el trigo al mar.
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Cuando vino el día, los marineros no reconocían la tierra
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Soltaron las anclas que dejaron caer al mar
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Pero tropezaron contra un lugar con mar por ambos lados, y encallaron allí la nave
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Los soldados entonces resolvieron matar a los presos, no fuera que alguno se escapase a nado
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pero el centurión, que quería salvar a Pablo, se opuso a su designio y dio orden de que los que supieran nadar se arrojasen los primeros al agua y ganasen la orilla
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y los demás saliesen unos sobre tablones, otros sobre los despojos de la nave. De esta forma todos llegamos a tierra sanos y salvos.
Capítulo 28
1
Una vez a salvo, supimos que la isla se llamaba Malta.
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Los nativos nos mostraron una humanidad poco común
3
Pablo había reunido una brazada de ramas secas
4
Los nativos, cuando vieron el animal colgado de su mano, se dijeron unos a otros: «Este hombre es seguramente un asesino
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Pero él sacudió el animal sobre el fuego y no sufrió daño alguno.
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Ellos estaban esperando que se hincharía o que caería muerto de repente
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En las cercanías de aquel lugar tenía unas propiedades el principal de la isla llamado Publio, quien nos recibió y nos dio amablemente hospedaje durante tres días.
8
Precisamente el padre de Publio se hallaba en cama atacado de fiebres y disentería. Pablo entró a verle, hizo oración, le impuso las manos y le curó.
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Después de este suceso los otros enfermos de la isla acudieron y fueron curados.
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Tuvieron para con nosotros toda suerte de consideraciones y a nuestra partida nos proveyeron de lo necesario.
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Transcurridos tres meses nos hicimos a la mar en una nave alejandrina que había invernado en la isla y llevaba por enseña los Dióscuros.
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Arribamos a Siracusa y permanecimos allí tres días.
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Desde allí, costeando, llegamos a Regio. Al día siguiente se levantó el viento del sur, y al cabo de dos días llegamos a Pozzuoli.
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Encontramos allí hermanos y tuvimos el consuelo de permanecer con ellos siete días. Y así llegamos a Roma.
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Los hermanos, informados de nuestra llegada, salieron a nuestro encuentro hasta el Foro Apio y Tres Tabernas. Pablo, al verlos, dio gracias a Dios y cobró ánimos.
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Cuando entramos en Roma se le permitió a Pablo permanecer en casa particular con un soldado que le custodiara.
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Tres días después convocó a los principales judíos. Una vez reunidos, les dijo: «Hermanos, yo, sin haber hecho nada contra el pueblo ni contra las costumbres de los padres, fui apresado en Jerusalén y entregado en manos de los romanos,