Hechos de los Apóstoles

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[...]   Al instante mandé enviados donde ti, y tú has hecho bien en venir. Ahora, pues, todos nosotros, en la presencia de Dios, estamos dispuestos para escuchar todo lo que te ha sido ordenado por el Señor.»   [...]

Hechos de los Apóstoles: capítulo 10, verso 33

Capítulo 19, verso 20 - Capítulo 20, verso 10

20 De esta forma la Palabra del Señor crecía y se robustecía poderosamente.
21 Después de estos sucesos, Pablo tomó la decisión de ir a Jerusalén pasando por Macedonia y Acaya. Y decía: «Después de estar allí he de visitar también Roma.»
22 Envió a Macedonia a dos de sus auxiliares, Timoteo y Erasto, mientras él se quedaba algún tiempo en Asia.
23 Por entonces se produjo un tumulto no pequeño con motivo del Camino.
24 Cierto platero, llamado Demetrio, que labraba en plata templetes de Artemisa y proporcionaba no pocas ganancias a los artífices,
25 reunió a éstos y también a los obreros de este ramo y les dijo: «Compañeros, vosotros sabéis que a esta industria debemos el bienestar
26 pero estáis viendo y oyendo decir que no solamente en Éfeso, sino en casi toda el Asia, ese Pablo persuade y aparta a mucha gente, diciendo que no son dioses los que se fabrican con las manos.
27 Y esto no solamente trae el peligro de que nuestra profesión caiga en descrédito, sino también de que el templo de la gran diosa Artemisa sea tenido en nada y venga a ser despojada de su grandeza aquella a quien adora toda el Asia y toda la tierra.»
28 Al oír esto, llenos de furor se pusieron a gritar: «¡Grande es la Artemisa de los efesios!»
29 La ciudad se llenó de confusión. Todos a una se precipitaron en el teatro arrastrando consigo a Gayo y a Aristarco, macedonios, compañeros de viaje de Pablo.
30 Pablo quiso entrar y presentarse al pueblo, pero se lo impidieron los discípulos.
31 Incluso algunos asiarcas, que eran amigos suyos, le enviaron a rogar que no se arriesgase a ir al teatro.
32 Unos gritaban una cosa y otros otra. Había gran confusión en la asamblea y la mayoría no sabía por qué se habían reunido.
33 Algunos de entre la gente aleccionaron a Alejandro a quien los judíos habían empujado hacia delante. Alejandro pidió silencio con la mano y quería dar explicaciones al pueblo.
34 Pero al conocer que era judío, todos a una voz se pusieron a gritar durante casi dos horas: «¡Grande es la Artemisa de los efesios!»
35 Cuando el magistrado logró calmar a la gente, dijo: «Efesios, ¿quién hay que no sepa que la ciudad de los efesios es la guardiana del templo de la gran Artemisa y de su estatua caída del cielo?
36 Siendo, pues, esto indiscutible, conviene que os calméis y no hagáis nada inconsideradamente.
37 Habéis traído acá a estos hombres que no son sacrílegos ni blasfeman contra nuestra diosa.
38 Si Demetrio y los artífices que le acompañan tienen quejas contra alguno, audiencias y procónsules hay
39 Y si tenéis algún otro asunto, se resolverá en la asamblea legal.
40 Porque, además, corremos peligro de ser acusados de sedición por lo de hoy, no existiendo motivo alguno que nos permita justificar este tumulto.» Dicho esto disolvió la asamblea.
Capítulo 20
1 Cuando hubo cesado el tumulto, Pablo mandó llamar a los discípulos, los animó, se despidió de ellos y salió camino de Macedonia.
2 Recorrió aquellas regiones y exhortó a los fieles con largos discursos
3 Pasó allí tres meses. Los judíos tramaron una conjuración contra él cuando estaba a punto de embarcarse para Siria
4 Le acompañaban Sópatros, hijo de Pirro, de Berea
5 Estos se adelantaron y nos esperaron en Tróada.
6 Nosotros, después de los días de los Azimos, nos embarcamos en Filipos y al cabo de cinco días nos unimos a ellos en Tróada donde pasamos siete días.
7 El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para la fracción del pan, Pablo, que debía marchar al día siguiente, conversaba con ellos y alargó la charla hasta la media noche.
8 Había abundantes lámparas en la estancia superior donde estábamos reunidos.
9 Un joven, llamado Eutico, estaba sentado en el borde de la ventana
10 Bajó Pablo, se echó sobre él y tomándole en sus brazos dijo: «No os inquietéis, pues su alma está en él.»