Capítulo 21, versos 9-24
9
Tenía éste cuatro hijas vírgenes que profetizaban.
10
Nos detuvimos allí bastantes días
11
se acercó a nosotros, tomó el cinturón de Pablo, se ató sus pies y sus manos y dijo: «Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al hombre de quien es este cinturón. Y le entregarán en manos de los gentiles.»
12
Al oír esto nosotros y los de aquel lugar le rogamos que no subiera a Jerusalén.
13
Entonces Pablo contestó: «¿Por qué habéis de llorar y destrozarme el corazón? Pues yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, sino a morir también en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús.»
14
Como no se dejaba convencer, dejamos de insistir y dijimos: «Hágase la voluntad del Señor.»
15
Transcurridos estos días y hechos los preparativos de viaje, subimos a Jerusalén.
16
Venían con nosotros algunos discípulos de Cesarea, que nos llevaron a casa de cierto Mnasón, de Chipre, antiguo discípulo, donde nos habíamos de hospedar.
17
Llegados a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con alegría.
18
Al día siguiente Pablo, con todos nosotros, fue a casa de Santiago
19
Les saludó y les fue exponiendo una a una todas las cosas que Dios había obrado entre los gentiles por su ministerio.
20
Ellos, al oírle, glorificaban a Dios. Entonces le dijeron: «Ya ves, hermano, cuántos miles y miles de judíos han abrazado la fe, y todos son celosos partidarios de la Ley.
21
Y han oído decir de ti que enseñas a todos los judíos que viven entre los gentiles que se aparten de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos ni observen las tradiciones.
22
¿Qué hacer, pues? Porque va a reunirse la muchedumbre al enterarse de tu venida.
23
Haz, pues, lo que te vamos a decir: Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen un voto que cumplir.
24
Tómalos y purifícate con ellos