Capítulo 26, verso 27 - Capítulo 28, verso 25
27
¿Crees, rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees.»
28
Agripa contestó a Pablo: «Por poco, con tus argumentos, haces de mí un cristiano.»
29
Y Pablo replicó: «Quiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino todos los que me escuchan hoy, llegaran a ser tales como yo soy, a excepción de estas cadenas.»
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El rey, el procurador, Berenice y los que con ellos estaban sentados se levantaron,
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y mientras se retiraban iban diciéndose unos a otros: «Este hombre no ha hecho nada digno de muerte o de prisión.»
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Agripa dijo a Festo: «Podía ser puesto en libertad este hombre si no hubiera apelado al César.»
Capítulo 27
1
Cuando se decidió que nos embarcásemos rumbo a Italia, fueron confiados Pablo y algunos otros prisioneros a un centurión de la cohorte Augusta, llamado Julio.
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Subimos a una nave de Adramitio, que iba a partir hacia las costas de Asia, y nos hicimos a la mar. Estaba con nosotros Aristarco, macedonio de Tesalónica.
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Al otro día arribamos a Sidón. Julio se portó humanamente con Pablo y le permitió ir a ver a sus amigos y ser atendido por ellos.
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Partimos de allí y navegamos al abrigo de las costas de Chipre, porque los vientos eran contrarios.
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Atravesamos los mares de Cilicia y Panfilia y llegamos al cabo de quince días a Mira de Licia.
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Allí encontró el centurión una nave alejandrina que navegaba a Italia, y nos hizo subir a bordo.
7
Durante muchos días la navegación fue lenta y a duras penas llegamos a la altura de Gnido. Como el viento no nos dejaba entrar en puerto, navegamos al abrigo de Creta por la parte de Salmone
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y costeándola con dificultad, llegamos a un lugar llamado Puertos Buenos, cerca del cual se encuentra la ciudad de Lasea.
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Había transcurrido bastante tiempo y la navegación era peligrosa, pues incluso había ya pasado el Ayuno. Pablo les advertía:
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«Amigos, veo que la navegación va a traer gran peligro y grave daño no sólo para el cargamento y la nave, sino también para nuestras propias personas.»
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Pero el centurión daba más crédito al piloto y al patrón que no a las palabras de Pablo.
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Como el puerto no era a propósito para invernar, la mayoría decidió hacerse a la mar desde allí, por si era posible llegar a Fénica, un puerto de Creta que mira al suroeste y al noroeste, y pasar allí el invierno.
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Soplaba ligeramente entonces el viento del sur y creyeron que podían poner en práctica su propósito
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Pero no mucho después se desencadenó un viento huracanado procedente de la isla, llamado Euroaquilón.
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La nave fue arrastrada y, no pudiendo hacer frente al viento, nos abandonamos a la deriva.
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Navegando a sotavento de una isleta llamada Cauda, pudimos con mucha dificultad hacernos con el bote.
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Una vez izado el bote se emplearon los cables de refuerzo, ciñendo el casco por debajo
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Y como el temporal seguía sacudiéndonos furiosamente, al día siguiente aligeraron la nave.
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Y al tercer día con sus propias manos arrojaron al mar el aparejo de la nave.
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Durante muchos días no apareció el sol ni las estrellas
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Hacía ya días que no habíamos comido
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Pero ahora os recomiendo que tengáis buen ánimo
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Pues esta noche se me ha presentado un ángel del Dios a quien pertenezco y a quien doy culto,
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y me ha dicho: "No temas, Pablo
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Por tanto, amigos, ¡ánimo! Yo tengo fe en Dios de que sucederá tal como se me ha dicho.
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Iremos a dar en alguna isla.»
27
Era ya la décima cuarta noche que íbamos a la deriva por el Adriático, cuando hacia la media noche presintieron los marineros la proximidad de tierra.
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Sondearon y hallaron veinte brazas
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Temerosos de que fuésemos a chocar contra algunos escollos, echaron cuatro anclas desde la popa y esperaban ansiosamente que se hiciese de día.
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Los marineros intentaban escapar de la nave, y estaban ya arriando el bote con el pretexto de echar los cables de las anclas de proa.
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Pero Pablo dijo al centurión y a los soldados: «Si no se quedan éstos en la nave, vosotros no os podréis salvar.»
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Entonces los soldados cortaron las amarras del bote y lo dejaron caer.
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Mientras esperaban que se hiciera de día, Pablo aconsejaba a todos que tomasen alimento diciendo: «Hace ya catorce días que, en continua expectación, estáis en ayunas, sin haber comido nada.
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Por eso os aconsejo que toméis alimento, pues os conviene para vuestra propia salvación
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Diciendo esto, tomó pan, dio gracias a Dios en presencia de todos, lo partió y se puso a comer.
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Entonces todos los demás se animaron y tomaron también alimento.
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Estábamos en total en la nave 276 personas.
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Una vez satisfechos, aligeraron la nave arrojando el trigo al mar.
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Cuando vino el día, los marineros no reconocían la tierra
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Soltaron las anclas que dejaron caer al mar
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Pero tropezaron contra un lugar con mar por ambos lados, y encallaron allí la nave
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Los soldados entonces resolvieron matar a los presos, no fuera que alguno se escapase a nado
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pero el centurión, que quería salvar a Pablo, se opuso a su designio y dio orden de que los que supieran nadar se arrojasen los primeros al agua y ganasen la orilla
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y los demás saliesen unos sobre tablones, otros sobre los despojos de la nave. De esta forma todos llegamos a tierra sanos y salvos.
Capítulo 28
1
Una vez a salvo, supimos que la isla se llamaba Malta.
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Los nativos nos mostraron una humanidad poco común
3
Pablo había reunido una brazada de ramas secas
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Los nativos, cuando vieron el animal colgado de su mano, se dijeron unos a otros: «Este hombre es seguramente un asesino
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Pero él sacudió el animal sobre el fuego y no sufrió daño alguno.
6
Ellos estaban esperando que se hincharía o que caería muerto de repente
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En las cercanías de aquel lugar tenía unas propiedades el principal de la isla llamado Publio, quien nos recibió y nos dio amablemente hospedaje durante tres días.
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Precisamente el padre de Publio se hallaba en cama atacado de fiebres y disentería. Pablo entró a verle, hizo oración, le impuso las manos y le curó.
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Después de este suceso los otros enfermos de la isla acudieron y fueron curados.
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Tuvieron para con nosotros toda suerte de consideraciones y a nuestra partida nos proveyeron de lo necesario.
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Transcurridos tres meses nos hicimos a la mar en una nave alejandrina que había invernado en la isla y llevaba por enseña los Dióscuros.
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Arribamos a Siracusa y permanecimos allí tres días.
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Desde allí, costeando, llegamos a Regio. Al día siguiente se levantó el viento del sur, y al cabo de dos días llegamos a Pozzuoli.
14
Encontramos allí hermanos y tuvimos el consuelo de permanecer con ellos siete días. Y así llegamos a Roma.
15
Los hermanos, informados de nuestra llegada, salieron a nuestro encuentro hasta el Foro Apio y Tres Tabernas. Pablo, al verlos, dio gracias a Dios y cobró ánimos.
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Cuando entramos en Roma se le permitió a Pablo permanecer en casa particular con un soldado que le custodiara.
17
Tres días después convocó a los principales judíos. Una vez reunidos, les dijo: «Hermanos, yo, sin haber hecho nada contra el pueblo ni contra las costumbres de los padres, fui apresado en Jerusalén y entregado en manos de los romanos,
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que, después de haberme interrogado, querían dejarme en libertad porque no había en mí ningún motivo de muerte.
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Pero como los judíos se oponían, me vi forzado a apelar al César, sin pretender con eso acusar a los de mi nación.
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Por este motivo os llamé para veros y hablaros, pues precisamente por la esperanza de Israel llevo yo estas cadenas.»
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Ellos le respondieron: «Nosotros no hemos recibido de Judea ninguna carta que nos hable de ti, ni ninguno de los hermanos llegados aquí nos ha referido o hablado nada malo de ti.
22
Pero deseamos oír de ti mismo lo que piensas, pues lo que de esa secta sabemos es que en todas partes se la contradice.»
23
Le señalaron un día y vinieron en mayor número adonde se hospedaba. El les iba exponiendo el Reino de Dios, dando testimonio e intentando persuadirles acerca de Jesús, basándose en la Ley de Moisés y en los Profetas, desde la mañana hasta la tarde.
24
Unos creían por sus palabras y otros en cambio permanecían incrédulos.
25
Cuando, en desacuerdo entre sí mismos, ya se marchaban, Pablo dijo esta sola cosa: «Con razón habló el Espíritu Santo a vuestros padres por medio del profeta Isaías: