Capítulo 26, verso 3 - Capítulo 28, verso 18
3
principalmente porque tú conoces todas las costumbres y cuestiones de los judíos. Por eso te pido que me escuches pacientemente.
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«Todos los judíos conocen mi vida desde mi juventud, desde cuando estuve en el seno de mi nación, en Jerusalén.
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Ellos me conocen de mucho tiempo atrás y si quieren pueden testificar que yo he vivido como fariseo conforme a la secta más estricta de nuestra religión.
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Y si ahora estoy aquí procesado es por la esperanza que tengo en la Promesa hecha por Dios a nuestros padres,
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cuyo cumplimiento están esperando nuestras doce tribus en el culto que asiduamente, noche y día, rinden a Dios. Por esta esperanza, oh rey, soy acusado por los judíos.
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¿Por qué tenéis vosotros por increíble que Dios resucite a los muertos?
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«Yo, pues, me había creído obligado a combatir con todos los medios el nombre de Jesús, el Nazoreo.
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Así lo hice en Jerusalén y, con poderes recibidos de los sumos sacerdotes, yo mismo encerré a muchos santos en las cárceles
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Frecuentemente recorría todas las sinagogas y a fuerza de castigos les obligaba a blasfemar y, rebosando furor contra ellos, los perseguía hasta en las ciudades extranjeras.
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«En este empeño iba hacia Damasco con plenos poderes y comisión de los sumos sacerdotes
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y al medio día, yendo de camino vi, oh rey, una luz venida del cielo, más resplandeciente que el sol, que me envolvió a mí y a mis compañeros en su resplandor.
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Caímos todos a tierra y yo oí una voz que me decía en lengua hebrea: "Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues? Te es duro dar coces contra el aguijón."
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Yo respondí: "¿Quién eres, Señor?" Y me dijo el Señor: "Yo soy Jesús a quien tú persigues.
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Pero levántate, y ponte en pie
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Yo te libraré de tu pueblo y de los gentiles, a los cuales yo te envío,
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para que les abras los ojos
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«Así pues, rey Agripa, no fui desobediente a la visión celestial,
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sino que primero a los habitantes de Damasco, después a los de Jerusalén y por todo el país de Judea y también a los gentiles he predicado que se convirtieran y que se volvieran a Dios haciendo obras dignas de conversión.
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Por esto los judíos, habiéndome prendido en el Templo, intentaban darme muerte.
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Con el auxilio de Dios hasta el presente me he mantenido firme dando testimonio a pequeños y grandes sin decir cosa que esté fuera de lo que los profetas y el mismo Moisés dijeron que había de suceder:
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que el Cristo había de padecer y que, después de resucitar el primero de entre los muertos, anunciaría la luz al pueblo y a los gentiles.»
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Mientras estaba él diciendo esto en su defensa, Festo le interrumpió gritándole: «Estás loco, Pablo
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Pablo contestó: «No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo cosas verdaderas y sensatas.
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Bien enterado está de estas cosas el rey, ante quien hablo con confianza
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¿Crees, rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees.»
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Agripa contestó a Pablo: «Por poco, con tus argumentos, haces de mí un cristiano.»
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Y Pablo replicó: «Quiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino todos los que me escuchan hoy, llegaran a ser tales como yo soy, a excepción de estas cadenas.»
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El rey, el procurador, Berenice y los que con ellos estaban sentados se levantaron,
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y mientras se retiraban iban diciéndose unos a otros: «Este hombre no ha hecho nada digno de muerte o de prisión.»
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Agripa dijo a Festo: «Podía ser puesto en libertad este hombre si no hubiera apelado al César.»
Capítulo 27
1
Cuando se decidió que nos embarcásemos rumbo a Italia, fueron confiados Pablo y algunos otros prisioneros a un centurión de la cohorte Augusta, llamado Julio.
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Subimos a una nave de Adramitio, que iba a partir hacia las costas de Asia, y nos hicimos a la mar. Estaba con nosotros Aristarco, macedonio de Tesalónica.
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Al otro día arribamos a Sidón. Julio se portó humanamente con Pablo y le permitió ir a ver a sus amigos y ser atendido por ellos.
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Partimos de allí y navegamos al abrigo de las costas de Chipre, porque los vientos eran contrarios.
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Atravesamos los mares de Cilicia y Panfilia y llegamos al cabo de quince días a Mira de Licia.
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Allí encontró el centurión una nave alejandrina que navegaba a Italia, y nos hizo subir a bordo.
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Durante muchos días la navegación fue lenta y a duras penas llegamos a la altura de Gnido. Como el viento no nos dejaba entrar en puerto, navegamos al abrigo de Creta por la parte de Salmone
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y costeándola con dificultad, llegamos a un lugar llamado Puertos Buenos, cerca del cual se encuentra la ciudad de Lasea.
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Había transcurrido bastante tiempo y la navegación era peligrosa, pues incluso había ya pasado el Ayuno. Pablo les advertía:
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«Amigos, veo que la navegación va a traer gran peligro y grave daño no sólo para el cargamento y la nave, sino también para nuestras propias personas.»
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Pero el centurión daba más crédito al piloto y al patrón que no a las palabras de Pablo.
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Como el puerto no era a propósito para invernar, la mayoría decidió hacerse a la mar desde allí, por si era posible llegar a Fénica, un puerto de Creta que mira al suroeste y al noroeste, y pasar allí el invierno.
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Soplaba ligeramente entonces el viento del sur y creyeron que podían poner en práctica su propósito
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Pero no mucho después se desencadenó un viento huracanado procedente de la isla, llamado Euroaquilón.
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La nave fue arrastrada y, no pudiendo hacer frente al viento, nos abandonamos a la deriva.
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Navegando a sotavento de una isleta llamada Cauda, pudimos con mucha dificultad hacernos con el bote.
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Una vez izado el bote se emplearon los cables de refuerzo, ciñendo el casco por debajo
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Y como el temporal seguía sacudiéndonos furiosamente, al día siguiente aligeraron la nave.
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Y al tercer día con sus propias manos arrojaron al mar el aparejo de la nave.
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Durante muchos días no apareció el sol ni las estrellas
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Hacía ya días que no habíamos comido
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Pero ahora os recomiendo que tengáis buen ánimo
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Pues esta noche se me ha presentado un ángel del Dios a quien pertenezco y a quien doy culto,
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y me ha dicho: "No temas, Pablo
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Por tanto, amigos, ¡ánimo! Yo tengo fe en Dios de que sucederá tal como se me ha dicho.
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Iremos a dar en alguna isla.»
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Era ya la décima cuarta noche que íbamos a la deriva por el Adriático, cuando hacia la media noche presintieron los marineros la proximidad de tierra.
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Sondearon y hallaron veinte brazas
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Temerosos de que fuésemos a chocar contra algunos escollos, echaron cuatro anclas desde la popa y esperaban ansiosamente que se hiciese de día.
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Los marineros intentaban escapar de la nave, y estaban ya arriando el bote con el pretexto de echar los cables de las anclas de proa.
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Pero Pablo dijo al centurión y a los soldados: «Si no se quedan éstos en la nave, vosotros no os podréis salvar.»
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Entonces los soldados cortaron las amarras del bote y lo dejaron caer.
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Mientras esperaban que se hiciera de día, Pablo aconsejaba a todos que tomasen alimento diciendo: «Hace ya catorce días que, en continua expectación, estáis en ayunas, sin haber comido nada.
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Por eso os aconsejo que toméis alimento, pues os conviene para vuestra propia salvación
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Diciendo esto, tomó pan, dio gracias a Dios en presencia de todos, lo partió y se puso a comer.
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Entonces todos los demás se animaron y tomaron también alimento.
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Estábamos en total en la nave 276 personas.
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Una vez satisfechos, aligeraron la nave arrojando el trigo al mar.
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Cuando vino el día, los marineros no reconocían la tierra
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Soltaron las anclas que dejaron caer al mar
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Pero tropezaron contra un lugar con mar por ambos lados, y encallaron allí la nave
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Los soldados entonces resolvieron matar a los presos, no fuera que alguno se escapase a nado
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pero el centurión, que quería salvar a Pablo, se opuso a su designio y dio orden de que los que supieran nadar se arrojasen los primeros al agua y ganasen la orilla
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y los demás saliesen unos sobre tablones, otros sobre los despojos de la nave. De esta forma todos llegamos a tierra sanos y salvos.
Capítulo 28
1
Una vez a salvo, supimos que la isla se llamaba Malta.
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Los nativos nos mostraron una humanidad poco común
3
Pablo había reunido una brazada de ramas secas
4
Los nativos, cuando vieron el animal colgado de su mano, se dijeron unos a otros: «Este hombre es seguramente un asesino
5
Pero él sacudió el animal sobre el fuego y no sufrió daño alguno.
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Ellos estaban esperando que se hincharía o que caería muerto de repente
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En las cercanías de aquel lugar tenía unas propiedades el principal de la isla llamado Publio, quien nos recibió y nos dio amablemente hospedaje durante tres días.
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Precisamente el padre de Publio se hallaba en cama atacado de fiebres y disentería. Pablo entró a verle, hizo oración, le impuso las manos y le curó.
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Después de este suceso los otros enfermos de la isla acudieron y fueron curados.
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Tuvieron para con nosotros toda suerte de consideraciones y a nuestra partida nos proveyeron de lo necesario.
11
Transcurridos tres meses nos hicimos a la mar en una nave alejandrina que había invernado en la isla y llevaba por enseña los Dióscuros.
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Arribamos a Siracusa y permanecimos allí tres días.
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Desde allí, costeando, llegamos a Regio. Al día siguiente se levantó el viento del sur, y al cabo de dos días llegamos a Pozzuoli.
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Encontramos allí hermanos y tuvimos el consuelo de permanecer con ellos siete días. Y así llegamos a Roma.
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Los hermanos, informados de nuestra llegada, salieron a nuestro encuentro hasta el Foro Apio y Tres Tabernas. Pablo, al verlos, dio gracias a Dios y cobró ánimos.
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Cuando entramos en Roma se le permitió a Pablo permanecer en casa particular con un soldado que le custodiara.
17
Tres días después convocó a los principales judíos. Una vez reunidos, les dijo: «Hermanos, yo, sin haber hecho nada contra el pueblo ni contra las costumbres de los padres, fui apresado en Jerusalén y entregado en manos de los romanos,
18
que, después de haberme interrogado, querían dejarme en libertad porque no había en mí ningún motivo de muerte.