Capítulo 2, versos 29-45
29
«Hermanos, permitidme que os diga con toda libertad cómo el patriarca David murió y fue sepultado y su tumba permanece entre nosotros hasta el presente.
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Pero como él era profeta y sabía que Dios le había asegurado con juramento que se sentaría en su trono un descendiente de su sangre,
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vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción.
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A este Jesús Dios le resucitó
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Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís.
34
Pues David no subió a los cielos y sin embargo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra
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hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies.
36
«Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado.»
37
Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?»
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Pedro les contestó: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados
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pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro.»
40
Con otras muchas palabras les conjuraba y les exhortaba: «Salvaos de esta generación perversa.»
41
Los que acogieron su Palabra fueron bautizados. Aquel día se les unieron unas 3.000 almas.
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Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones.
43
El temor se apoderaba de todos, pues los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales.
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Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común
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vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno.