Capítulo 2, verso 46 - Capítulo 5, verso 5
46
Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón.
47
Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar.
Capítulo 3
1
Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la hora nona.
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Había un hombre, tullido desde su nacimiento, al que llevaban y ponían todos los días junto a la puerta del Templo llamada Hermosa para que pidiera limosna a los que entraban en el Templo.
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Este, al ver a Pedro y a Juan que iban a entrar en el Templo, les pidió una limosna.
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Pedro fijó en él la mirada juntamente con Juan, y le dijo: «Míranos.»
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El les miraba con fijeza esperando recibir algo de ellos.
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Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro
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Y tomándole de la mano derecha le levantó. Al instante cobraron fuerza sus pies y tobillos,
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y de un salto se puso en pie y andaba. Entró con ellos en el Templo andando, saltando y alabando a Dios.
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Todo el pueblo le vio cómo andaba y alababa a Dios
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le reconocían, pues él era el que pedía limosma sentado junto a la puerta Hermosa del Templo. Y se quedaron llenos de estupor y asombro por lo que había sucedido.
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Como él no soltaba a Pedro y a Juan, todo el pueblo, presa de estupor, corrió donde ellos al pórtico llamado de Salomón.
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Pedro, al ver esto, se dirigió al pueblo: «Israelitas, ¿por qué os admiráis de esto, o por qué nos miráis fijamente, como si por nuestro poder o piedad hubiéramos hecho caminar a éste?
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El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, a quien vosotros entregasteis y de quien renegasteis ante Pilato, cuando éste estaba resuelto a ponerle en libertad.
14
Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, y pedisteis que se os hiciera gracia de un asesino,
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y matasteis al Jefe que lleva a la Vida. Pero Dios le resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello.
16
Y por la fe en su nombre, este mismo nombre ha restablecido a éste que vosotros veis y conocéis
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«Ya sé yo, hermanos, que obrasteis por ignorancia, lo mismo que vuestros jefes.
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Pero Dios dio cumplimiento de este modo a lo que había anunciado por boca de todos los profetas: que su Cristo padecería.
19
Arrepentíos, pues, y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados,
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a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús,
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a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus santos profetas.
22
Moisés efectivamente dijo: El Señor Dios os suscitará un profeta como yo de entre vuestros hermanos
23
Todo el que no escuche a ese profeta, sea exterminado del pueblo.
24
Y todos los profetas que desde Samuel y sus sucesores han hablado, anunciaron también estos días.
25
«Vosotros sois los hijos de los profetas y de la alianza que Dios estableció con vuestros padres al decir a Abraham: En tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra.
26
Para vosotros en primer lugar ha resucitado Dios a su Siervo y le ha enviado para bendeciros, apartándoos a cada uno de vuestras iniquidades.»
Capítulo 4
1
Estaban hablando al pueblo, cuando se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del Templo y los saduceos,
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molestos porque enseñaban al pueblo y anunciaban en la persona de Jesús la resurrección de los muertos.
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Les echaron mano y les pusieron bajo custodia hasta el día siguiente, pues había caído ya la tarde.
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Sin embargo, muchos de los que oyeron la Palabra creyeron
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Al día siguiente se reunieron en Jerusalén sus jefes, ancianos y escribas,
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el Sumo Sacerdote Anás, Caifás, Jonatán, Alejandro y cuantos eran de la estirpe de sumos sacerdotes.
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Les pusieron en medio y les preguntaban: «¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho vosotros eso?»
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Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: «Jefes del pueblo y ancianos,
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puesto que con motivo de la obra realizada en un enfermo somos hoy interrogados por quién ha sido éste curado,
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sabed todos vosotros y todo el pueblo de Israel que ha sido por el nombre de Jesucristo, el Nazoreo, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos
11
El es la piedra que vosotros, los constructores, habéis despreciado y que se ha convertido en piedra angular.
12
Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos.»
13
Viendo la valentía de Pedro y Juan, y sabiendo que eran hombres sin instrucción ni cultura, estaban maravillados. Reconocían, por una parte, que habían estado con Jesús
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y al mismo tiempo veían de pie, junto a ellos, al hombre que había sido curado
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Les mandaron salir fuera del Sanedrín y deliberaban entre ellos.
16
Decían: «¿Qué haremos con estos hombres? Es evidente para todos los habitantes de Jerusalén, que ellos han realizado una señal manifiesta, y no podemos negarlo.
17
Pero a fin de que esto no se divulgue más entre el pueblo, amenacémosles para que no hablen ya más a nadie en este nombre.»
18
Les llamaron y les mandaron que de ninguna manera hablasen o enseñasen en el nombre de Jesús.
19
Mas Pedro y Juan les contestaron: «Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios.
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No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído.»
21
Ellos, después de haberles amenazado de nuevo, les soltaron, no hallando manera de castigarles, a causa del pueblo, porque todos glorificaban a Dios por lo que había occurrido,
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pues el hombre en quien se había realizado esta señal de curación tenía más de cuarenta años.
23
Una vez libres, vinieron a los suyos y les contaron todo lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y ancianos.
24
Al oírlo, todos a una elevaron su voz a Dios y dijeron: «Señor, tú que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos,
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tú que has dicho por el Espíritu Santo, por boca de nuestro padre David, tu siervo: ¿A qué esta agitación de las naciones, estos vanos proyectos de los pueblos?
26
Se han presentado los reyes de la tierra y los magistrados se han aliado contra el Señor y contra su Ungido.
27
«Porque verdaderamente en esta ciudad se han aliado Herodes y Poncio Pilato con las naciones y los pueblos de Israel contra tu santo siervo Jesús, a quien has ungido,
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para realizar lo que en tu poder y en tu sabiduría habías predeterminado que sucediera.
29
Y ahora, Señor, ten en cuenta sus amenazas y concede a tus siervos que puedan predicar tu Palabra con toda valentía,
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extendiendo tu mano para realizar curaciones, señales y prodigios por el nombre de tu santo siervo Jesús.»
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Acabada su oración, retembló el lugar donde estaban reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la Palabra de Dios con valentía.
32
La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos.
33
Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús. Y gozaban todos de gran simpatía.
34
No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta,
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y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad.
36
José, llamado por los apóstoles Bernabé (que significa: «hijo de la exhortación»), levita y originario de Chipre,
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tenía un campo
Capítulo 5
1
Un hombre llamado Ananías, de acuerdo con su mujer Safira, vendió una propiedad,
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y se quedó con una parte del precio, sabiéndolo también su mujer
3
Pedro le dijo: «Ananías, ¿cómo es que Satanás llenó tu corazón para mentir al Espíritu Santo, y quedarte con parte del precio del campo?
4
¿Es que mientras lo tenías no era tuyo, y una vez vendido no podías disponer del precio? ¿Por qué determinaste en tu corazón hacer esto? Nos has mentido a los hombres, sino a Dios.»
5
Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Y un gran temor se apoderó de cuantos lo oyeron.