Capítulo 3, verso 7 - Capítulo 8, verso 40
7
Y tomándole de la mano derecha le levantó. Al instante cobraron fuerza sus pies y tobillos,
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y de un salto se puso en pie y andaba. Entró con ellos en el Templo andando, saltando y alabando a Dios.
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Todo el pueblo le vio cómo andaba y alababa a Dios
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le reconocían, pues él era el que pedía limosma sentado junto a la puerta Hermosa del Templo. Y se quedaron llenos de estupor y asombro por lo que había sucedido.
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Como él no soltaba a Pedro y a Juan, todo el pueblo, presa de estupor, corrió donde ellos al pórtico llamado de Salomón.
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Pedro, al ver esto, se dirigió al pueblo: «Israelitas, ¿por qué os admiráis de esto, o por qué nos miráis fijamente, como si por nuestro poder o piedad hubiéramos hecho caminar a éste?
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El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, a quien vosotros entregasteis y de quien renegasteis ante Pilato, cuando éste estaba resuelto a ponerle en libertad.
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Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, y pedisteis que se os hiciera gracia de un asesino,
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y matasteis al Jefe que lleva a la Vida. Pero Dios le resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello.
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Y por la fe en su nombre, este mismo nombre ha restablecido a éste que vosotros veis y conocéis
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«Ya sé yo, hermanos, que obrasteis por ignorancia, lo mismo que vuestros jefes.
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Pero Dios dio cumplimiento de este modo a lo que había anunciado por boca de todos los profetas: que su Cristo padecería.
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Arrepentíos, pues, y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados,
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a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús,
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a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus santos profetas.
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Moisés efectivamente dijo: El Señor Dios os suscitará un profeta como yo de entre vuestros hermanos
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Todo el que no escuche a ese profeta, sea exterminado del pueblo.
24
Y todos los profetas que desde Samuel y sus sucesores han hablado, anunciaron también estos días.
25
«Vosotros sois los hijos de los profetas y de la alianza que Dios estableció con vuestros padres al decir a Abraham: En tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra.
26
Para vosotros en primer lugar ha resucitado Dios a su Siervo y le ha enviado para bendeciros, apartándoos a cada uno de vuestras iniquidades.»
Capítulo 4
1
Estaban hablando al pueblo, cuando se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del Templo y los saduceos,
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molestos porque enseñaban al pueblo y anunciaban en la persona de Jesús la resurrección de los muertos.
3
Les echaron mano y les pusieron bajo custodia hasta el día siguiente, pues había caído ya la tarde.
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Sin embargo, muchos de los que oyeron la Palabra creyeron
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Al día siguiente se reunieron en Jerusalén sus jefes, ancianos y escribas,
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el Sumo Sacerdote Anás, Caifás, Jonatán, Alejandro y cuantos eran de la estirpe de sumos sacerdotes.
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Les pusieron en medio y les preguntaban: «¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho vosotros eso?»
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Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: «Jefes del pueblo y ancianos,
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puesto que con motivo de la obra realizada en un enfermo somos hoy interrogados por quién ha sido éste curado,
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sabed todos vosotros y todo el pueblo de Israel que ha sido por el nombre de Jesucristo, el Nazoreo, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos
11
El es la piedra que vosotros, los constructores, habéis despreciado y que se ha convertido en piedra angular.
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Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos.»
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Viendo la valentía de Pedro y Juan, y sabiendo que eran hombres sin instrucción ni cultura, estaban maravillados. Reconocían, por una parte, que habían estado con Jesús
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y al mismo tiempo veían de pie, junto a ellos, al hombre que había sido curado
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Les mandaron salir fuera del Sanedrín y deliberaban entre ellos.
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Decían: «¿Qué haremos con estos hombres? Es evidente para todos los habitantes de Jerusalén, que ellos han realizado una señal manifiesta, y no podemos negarlo.
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Pero a fin de que esto no se divulgue más entre el pueblo, amenacémosles para que no hablen ya más a nadie en este nombre.»
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Les llamaron y les mandaron que de ninguna manera hablasen o enseñasen en el nombre de Jesús.
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Mas Pedro y Juan les contestaron: «Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios.
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No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído.»
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Ellos, después de haberles amenazado de nuevo, les soltaron, no hallando manera de castigarles, a causa del pueblo, porque todos glorificaban a Dios por lo que había occurrido,
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pues el hombre en quien se había realizado esta señal de curación tenía más de cuarenta años.
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Una vez libres, vinieron a los suyos y les contaron todo lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y ancianos.
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Al oírlo, todos a una elevaron su voz a Dios y dijeron: «Señor, tú que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos,
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tú que has dicho por el Espíritu Santo, por boca de nuestro padre David, tu siervo: ¿A qué esta agitación de las naciones, estos vanos proyectos de los pueblos?
26
Se han presentado los reyes de la tierra y los magistrados se han aliado contra el Señor y contra su Ungido.
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«Porque verdaderamente en esta ciudad se han aliado Herodes y Poncio Pilato con las naciones y los pueblos de Israel contra tu santo siervo Jesús, a quien has ungido,
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para realizar lo que en tu poder y en tu sabiduría habías predeterminado que sucediera.
29
Y ahora, Señor, ten en cuenta sus amenazas y concede a tus siervos que puedan predicar tu Palabra con toda valentía,
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extendiendo tu mano para realizar curaciones, señales y prodigios por el nombre de tu santo siervo Jesús.»
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Acabada su oración, retembló el lugar donde estaban reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la Palabra de Dios con valentía.
32
La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos.
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Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús. Y gozaban todos de gran simpatía.
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No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta,
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y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad.
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José, llamado por los apóstoles Bernabé (que significa: «hijo de la exhortación»), levita y originario de Chipre,
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tenía un campo
Capítulo 5
1
Un hombre llamado Ananías, de acuerdo con su mujer Safira, vendió una propiedad,
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y se quedó con una parte del precio, sabiéndolo también su mujer
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Pedro le dijo: «Ananías, ¿cómo es que Satanás llenó tu corazón para mentir al Espíritu Santo, y quedarte con parte del precio del campo?
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¿Es que mientras lo tenías no era tuyo, y una vez vendido no podías disponer del precio? ¿Por qué determinaste en tu corazón hacer esto? Nos has mentido a los hombres, sino a Dios.»
5
Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Y un gran temor se apoderó de cuantos lo oyeron.
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Se levantaron los jóvenes, le amortajaron y le llevaron a enterrar.
7
Unas tres horas más tarde entró su mujer que ignoraba lo que había pasado.
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Pedro le preguntó: «Dime, ¿habéis vendido en tanto el campo?» Ella respondió: «Sí, en eso.»
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Y Pedro le replicó: «¿Cómo os habéis puesto de acuerdo para poner a prueba al Espíritu del Señor? Mira, aquí a la puerta están los pies de los que han enterrado a tu marido
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Al instante ella cayó a sus pies y expiró. Entrando los jóvenes, la hallaron muerta, y la llevaron a enterrar junto a su marido.
11
Un gran temor se apoderó de toda la Iglesia y de todos cuantos oyeron esto.
12
Por mano de los apóstoles se realizaban muchas señales y prodigios en el pueblo... Y solían estar todos con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón,
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pero nadie de los otros se atrevía a juntarse a ellos, aunque el pueblo hablaba de ellos con elogio.
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Los creyentes cada vez en mayor número se adherían al Señor, una multitud de hombres y mujeres.
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Hasta tal punto que incluso sacaban los enfermos a las plazas y los colocaban en lechos y camillas, para que, al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a alguno de ellos.
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También acudía la multitud de las ciudades vecinas a Jerusalén trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos
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Entonces se levantó el Sumo Sacerdote, y todos los suyos, los de la secta de los saduceos, y llenos de envidia,
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echaron mano a los apóstoles y les metieron en la cárcel pública.
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Pero el Angel del Señor, por la noche, abrió las puertas de la prisión, les sacó y les dijo:
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«Id, presentaos en el Templo y decid al pueblo todo lo referente a esta Vida.»
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Obedecieron, y al amanecer entraron en el Templo y se pusieron a enseñar. Llegó el Sumo Sacerdote con los suyos, convocaron el Sanedrín y todo el Senado de los hijos de Israel, y enviaron a buscarlos a la cárcel.
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Cuando llegaron allí los alguaciles, no los encontraron en la prisión
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y les dijeron: «Hemos hallado la cárcel cuidadosamente cerrada y los guardias firmes ante las puertas
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Cuando oyeron esto, tanto el jefe de la guardia del Templo como los sumos sacerdotes se preguntaban perplejos qué podía significar aquello.
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Se presentó entonces uno que les dijo: «Mirad, los hombres que pusisteis en prisión están en el Templo y enseñan al pueblo.»
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Entonces el jefe de la guardia marchó con los alguaciles y les trajo, pero sin violencia, porque tenían miedo de que el pueblo les apedrease.
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Les trajeron, pues, y les presentaron en el Sanedrín. El Sumo Sacerdote les interrogó
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y les dijo: «Os prohibimos severamente enseñar en ese nombre, y sin embargo vosotros habéis llenado Jerusalén con vuestra doctrina y queréis hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre.»
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Pedro y los apóstoles contestarón: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.
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El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros disteis muerte colgándole de un madero.
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A éste le ha exaltado Dios con su diestra como Jefe y Salvador, para conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados.
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Nosotros somos testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo que ha dado Dios a los que le obedecen.»
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Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos.
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Entonces un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, con prestigio ante todo el pueblo, se levantó en el Sanedrín. Mandó que se hiciera salir un momento a aquellos hombres,
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y les dijo: «Israelitas, mirad bien lo que vais a hacer con estos hombres.
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Porque hace algún tiempo se levantó Teudas, que pretendía ser alguien y que reunió a su alrededor unos cuatrocientos hombres
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Después de éste, en los días del empadronamiento, se levantó Judas el Galileo, que arrastró al pueblo en pos de sí
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Os digo, pues, ahora: desentendeos de estos hombres y dejadlos. Porque si esta idea o esta obra es de los hombres, se destruirá
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pero si es de Dios, no conseguiréis destruirles. No sea que os encontréis luchando contra Dios.» Y aceptaron su parecer.
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Entonces llamaron a los apóstoles
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Ellos marcharon de la presencia del Sanedrín contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre.
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Y no cesaban de enseñar y de anunciar la Buena Nueva de Cristo Jesús cada día en el Templo y por las casas.
Capítulo 6
1
Por aquellos días, al multiplicarse los discípulos, hubo quejas de los helenistas contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en la asistencia cotidiana.
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Los Doce convocaron la asamblea de los discípulos y dijeron: «No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios por servir a las mesas.
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Por tanto, hermanos, buscad de entre vosotros a siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría, y los pondremos al frente de este cargo
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mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra.»
5
Pareció bien la propuesta a toda la asamblea y escogieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía
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los presentaron a los apóstoles y, habiendo hecho oración, les impusieron las manos.
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La Palabra de Dios iba creciendo
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Esteban, lleno de gracia y de poder, realizaba entre el pueblo grandes prodigios y señales.
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Se levantaron unos de la sinagoga llamada de los Libertos, cirenenses y alejandrinos, y otros de Cilicia y Asia, y se pusieron a disputar con Esteban
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pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba.
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Entonces sobornaron a unos hombres para que dijeran: «Nosotros hemos oído a éste pronunciar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios.»
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De esta forma amotinaron al pueblo, a los ancianos y escribas
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Presentaron entonces testigos falsos que declararon: «Este hombre no para de hablar en contra del Lugar Santo y de la Ley
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pues le hemos oído decir que Jesús, ese Nazoreo, destruiría este Lugar y cambiaría las costumbres que Moisés nos ha transmitido.»
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Fijando en él la mirada todos los que estaban sentados en el Sanedrín, vieron su rostro como el rostro de un ángel.
Capítulo 7
1
El Sumo Sacerdote preguntó: «¿Es así?»
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El respondió: «Hermanos y padres, escuchad. El Dios de la gloria se apareció a nuestro padre Abraham cuando estaba en Mesopotamia, antes de que se estableciese en Jarán
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y le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela y vete a la tierra que yo te muestre.
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Entonces salió de la tierra de los caldeos y se estableció en Jarán. Y después de morir su padre, Dios le hizo emigrar de allí a esta tierra que vosotros habitáis ahora.
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Y no le dio en ella en heredad ni la medida de la planta del pie
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Dios habló así: Tus descendientes residirán como forasteros en tierra extraña y les esclavizarán y les maltratarán durante cuatrocientos años.
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Pero yo juzgaré -dijo Dios- a la nación a la que sirvan como esclavos, y después saldrán y me darán culto en este mismo lugar.
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Le dio, además, la alianza de la circuncisión
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«Los patriarcas, envidiosos de José, le vendieron con destino a Egipto. Pero Dios estaba con él =
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y le libró de todas sus tribulaciones y le dio gracia y sabiduría ante Faraón, rey de Egipto, quien le nombró gobernador de Egipto y de toda su casa.
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Sobrevino entonces en todo Egipto y Canaán hambre y gran tribulación
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Pero al oír Jacob que había trigo en Egipto, envió a nuestros padres una primera vez
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la segunda vez José se dio a conocer a sus hermanos y conoció Faraón el linaje de José.
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José envió a buscar a su padre Jacob y a toda su parentela que se componía de 75 personas.
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Jacob bajó a Egipto donde murió él y también nuestros padres
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y fueron trasladados a Siquem y depositados en el sepulcro que había comprado Abraham a precio de plata a los hijos de Jamor, padre de Siquem.
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«Conforme se iba acercando el tiempo de la promesa que Dios había hecho a Abraham, creció el pueblo y se multiplicó en Egipto,
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hasta que se alzó un nuevo rey en Egipto que no se acordó de José. =
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= Obrando astutamente contra nuestro linaje, este rey maltrató = a nuestros padres hasta obligarles a exponer sus niños, para que no vivieran.
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En esta coyuntura nació Moisés, que era hermoso a los ojos de Dios. Durante tres meses fue criado en la casa de su padre
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después fue expuesto y le recogió la hija de Faraón, quien le crió como hijo suyo.
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Moisés fue educado en toda la sabiduría de los egipcios y fue poderoso en sus palabras y en sus obras.
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«Cuando cumplió la edad de cuarenta años, se le ocurrió la idea de visitar a sus hermanos, los hijos de Israel.
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Y al ver que uno de ellos era maltratado, tomó su defensa y vengó al oprimido matando al egipcio.
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Pensaba él que sus hermanos comprenderían que Dios les daría la salvación por su mano
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Al día siguiente se les presentó mientras estaban peleándose y trataba de ponerles en paz diciendo: "Amigos, que sois hermanos, ¿por qué os maltratáis uno a otro?"
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Pero el que maltrataba a su compañero le rechazó diciendo: "¿Quién te ha nombrado jefe y juez sobre nosotros?
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¿Es que quieres matarme a mí como mataste ayer al egipcio?"
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Al oír esto Moisés huyó y vivió como forastero en la tierra de Madián, donde tuvo dos hijos.
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«Al cabo de cuarenta años se le apareció un ángel en el desierto del monte Sinaí, sobre la llama de una zarza ardiendo.
31
Moisés se maravilló al ver la visión, y al acercarse a mirarla, se dejó oír la voz del Señor:
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Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Moisés temblaba y no se atrevía a mirar.
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El Señor le dijo: "Quítate las sandalias de los pies, pues el lugar donde estás es tierra santa.
34
Bien vista tengo la opresión de mi pueblo que está en Egipto y he oído sus gemidos y he bajado a librarles. Y ahora ven, que te enviaré a Egipto."
35
«A este Moisés, de quien renegaron diciéndole: ¿quién te ha nombrado jefe y juez?, a éste envió Dios como jefe y redentor por mano del ángel que se le apareció en la zarza.
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Este les sacó, realizando prodigios y señales en la tierra de Egipto, en el mar Rojo y en el desierto durante cuarenta años.
37
Este es el Moisés que dijo a los israelitas: Dios os suscitará un profeta como yo de entre vuestros hermanos.
38
Este es el que, en la asamblea del desierto, estuvo con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres
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este es aquel a quien no quisieron obedecer nuestros padres, sino que le rechazaron para volver su corazón hacia Egipto,
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y dijeron a Aarón: "Haznos dioses que vayan delante de nosotros
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E hicieron aquellos días un becerro y ofrecieron un sacrificio al ídolo e hicieron una fiesta a las obras de sus manos.
42
Entonces Dios se apartó de ellos y los entregó al culto del ejército del cielo, como está escrito en el libro de los Profetas: = ¿Es que me ofrecisteis víctimas y sacrificios durante cuarenta años en el desierto, casa de Israel? =
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Os llevasteis la tienda de Moloc y la estrella del dios Refán, las imágenes que hicisteis para adorarlas
44
«Nuestros padres tenían en el desierto la Tienda del Testimonio, como mandó el que dijo a Moisés que la hiciera según el modelo que había visto.
45
Nuestros padres que les sucedieron la recibieron y la introdujeron bajo el mando de Josué en el país ocupado por los gentiles, a los que Dios expulsó delante de nuestros padres, hasta los días de David,
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que halló gracia ante Dios y pidió encontrar una Morada para la casa de Jacob.
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Pero fue Salomón el que le edificó Casa,
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aunque el Altísimo no habita en casas hechas por mano de hombre como dice el profeta:
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El cielo es mi trono y la tierra el escabel de mis pies. Dice el Señor: ¿Qué Casa me edificaréis? O ¿cuál será el lugar de mi descanso?
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¿Es que no ha hecho mi mano todas estas cosas?
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«¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! ¡Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo! ¡Como vuestros padres, así vosotros!
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¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que anunciaban de antemano la venida del Justo, de aquel a quien vosotros ahora habéis traicionado y asesinado
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vosotros que recibisteis la Ley por mediación de ángeles y no la habéis guardado.»
54
Al oír esto, sus corazones se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él.
55
Pero él, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios
56
y dijo: «Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios.»
57
Entonces, gritando fuertemente, se taparon sus oídos y se precipitaron todos a una sobre él
58
le echaron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearle. Los testigos pusieron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo.
59
Mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.»
60
Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.» Y diciendo esto, se durmió.
Capítulo 8
1
Saulo aprobaba su muerte. Aquel día se desató una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Todos, a excepción de los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria.
2
Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él.
3
Entretanto Saulo hacía estragos en la Iglesia
4
Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la Buena Nueva de la Palabra.
5
Felipe bajó a una ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo.
6
La gente escuchaba con atención y con un mismo espíritu lo que decía Felipe, porque le oían y veían las señales que realizaba
7
pues de muchos posesos salían los espíritus inmundos dando grandes voces, y muchos paralíticos y cojos quedaron curados.
8
Y hubo una gran alegría en aquella ciudad.
9
En la ciudad había ya de tiempo atrás un hombre llamado Simón que practicaba la magia y tenía atónito al pueblo de Samaria y decía que él era algo grande.
10
Y todos, desde el menor hasta el mayor, le prestaban atención y decían: «Este es la Potencia de Dios llamada la Grande.»
11
Le prestaban atención porque les había tenido atónitos por mucho tiempo con sus artes mágicas.
12
Pero cuando creyeron a Felipe que anunciaba la Buena Nueva del Reino de Dios y el nombre de Jesucristo, empezaron a bautizarse hombres y mujeres.
13
Hasta el mismo Simón creyó y, una vez bautizado, no se apartaba de Felipe
14
Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan.
15
Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo
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pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos
17
Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.
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Al ver Simón que mediante la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu, les ofreció dinero diciendo:
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«Dadme a mí también este poder para que reciba el Espíritu Santo aquel a quien yo imponga las manos.»
20
Pedro le contestó: «Vaya tu dinero a la perdición y tú con él
21
En este asunto no tienes tú parte ni herencia, pues tu corazón no es recto delante de Dios.
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Arrepiéntete, pues, de esa tu maldad y ruega al Señor, a ver si se te perdona ese pensamiento de tu corazón
23
porque veo que tú estás en hiel de amargura y en ataduras de iniquidad.»
24
Simón respondió: «Rogad vosotros al Señor por mí, para que no venga sobre mí ninguna de esas cosas que habéis dicho.»
25
Ellos, después de haber dado testimonio y haber predicado la Palabra del Señor, se volvieron a Jerusalén evangelizando muchos pueblos samaritanos.
26
El Angel del Señor habló a Felipe diciendo: «Levántate y marcha hacia el mediodía por el camino que baja de Jerusalén a Gaza. Es desierto.»
27
Se levantó y partió. Y he aquí que un etíope eunuco, alto funcionario de Candace, reina de los etíopes, que estaba a cargo de todos sus tesoros, y había venido a adorar en Jerusalén,
28
regresaba sentado en su carro, leyendo al profeta Isaías.
29
El Espíritu dijo a Felipe: «Acércate y ponte junto a ese carro.»
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Felipe corrió hasta él y le oyó leer al profeta Isaías
31
El contestó: «¿Cómo lo puedo entender si nadie me hace de guía?» Y rogó a Felipe que subiese y se sentase con él.
32
El pasaje de la Escritura que iba leyendo era éste: «Fue llevado como una oveja al matadero
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En su humillación le fue negada la justicia
34
El eunuco preguntó a Felipe: «Te ruego me digas de quién dice esto el profeta: ¿de sí mismo o de otro?»
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Felipe entonces, partiendo de este texto de la Escritura, se puso a anunciarle la Buena Nueva de Jesús.
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Siguiendo el camino llegaron a un sitio donde había agua.
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El eunuco dijo: «Aquí hay agua
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Y mandó detener el carro. Bajaron ambos al agua, Felipe y el eunuco
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y en saliendo del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe y ya no le vio más el eunuco, que siguió gozoso su camino.
40
Felipe se encontró en Azoto y recorría evangelizando todas las ciudades hasta llegar a Cesarea.