Capítulo 4, versos 1-16
1
Estaban hablando al pueblo, cuando se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del Templo y los saduceos,
2
molestos porque enseñaban al pueblo y anunciaban en la persona de Jesús la resurrección de los muertos.
3
Les echaron mano y les pusieron bajo custodia hasta el día siguiente, pues había caído ya la tarde.
4
Sin embargo, muchos de los que oyeron la Palabra creyeron
5
Al día siguiente se reunieron en Jerusalén sus jefes, ancianos y escribas,
6
el Sumo Sacerdote Anás, Caifás, Jonatán, Alejandro y cuantos eran de la estirpe de sumos sacerdotes.
7
Les pusieron en medio y les preguntaban: «¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho vosotros eso?»
8
Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: «Jefes del pueblo y ancianos,
9
puesto que con motivo de la obra realizada en un enfermo somos hoy interrogados por quién ha sido éste curado,
10
sabed todos vosotros y todo el pueblo de Israel que ha sido por el nombre de Jesucristo, el Nazoreo, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos
11
El es la piedra que vosotros, los constructores, habéis despreciado y que se ha convertido en piedra angular.
12
Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos.»
13
Viendo la valentía de Pedro y Juan, y sabiendo que eran hombres sin instrucción ni cultura, estaban maravillados. Reconocían, por una parte, que habían estado con Jesús
14
y al mismo tiempo veían de pie, junto a ellos, al hombre que había sido curado
15
Les mandaron salir fuera del Sanedrín y deliberaban entre ellos.
16
Decían: «¿Qué haremos con estos hombres? Es evidente para todos los habitantes de Jerusalén, que ellos han realizado una señal manifiesta, y no podemos negarlo.