Hechos de los Apóstoles

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[...]   Les echaron mano y les pusieron bajo custodia hasta el día siguiente, pues había caído ya la tarde.   [...]

Hechos de los Apóstoles: capítulo 4, verso 3

Capítulo 4, versos 23-34

23 Una vez libres, vinieron a los suyos y les contaron todo lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y ancianos.
24 Al oírlo, todos a una elevaron su voz a Dios y dijeron: «Señor, tú que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos,
25 tú que has dicho por el Espíritu Santo, por boca de nuestro padre David, tu siervo: ¿A qué esta agitación de las naciones, estos vanos proyectos de los pueblos?
26 Se han presentado los reyes de la tierra y los magistrados se han aliado contra el Señor y contra su Ungido.
27 «Porque verdaderamente en esta ciudad se han aliado Herodes y Poncio Pilato con las naciones y los pueblos de Israel contra tu santo siervo Jesús, a quien has ungido,
28 para realizar lo que en tu poder y en tu sabiduría habías predeterminado que sucediera.
29 Y ahora, Señor, ten en cuenta sus amenazas y concede a tus siervos que puedan predicar tu Palabra con toda valentía,
30 extendiendo tu mano para realizar curaciones, señales y prodigios por el nombre de tu santo siervo Jesús.»
31 Acabada su oración, retembló el lugar donde estaban reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la Palabra de Dios con valentía.
32 La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos.
33 Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús. Y gozaban todos de gran simpatía.
34 No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta,