Capítulo 8, verso 15 - Capítulo 9, verso 11
15
Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo
16
pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos
17
Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.
18
Al ver Simón que mediante la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu, les ofreció dinero diciendo:
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«Dadme a mí también este poder para que reciba el Espíritu Santo aquel a quien yo imponga las manos.»
20
Pedro le contestó: «Vaya tu dinero a la perdición y tú con él
21
En este asunto no tienes tú parte ni herencia, pues tu corazón no es recto delante de Dios.
22
Arrepiéntete, pues, de esa tu maldad y ruega al Señor, a ver si se te perdona ese pensamiento de tu corazón
23
porque veo que tú estás en hiel de amargura y en ataduras de iniquidad.»
24
Simón respondió: «Rogad vosotros al Señor por mí, para que no venga sobre mí ninguna de esas cosas que habéis dicho.»
25
Ellos, después de haber dado testimonio y haber predicado la Palabra del Señor, se volvieron a Jerusalén evangelizando muchos pueblos samaritanos.
26
El Angel del Señor habló a Felipe diciendo: «Levántate y marcha hacia el mediodía por el camino que baja de Jerusalén a Gaza. Es desierto.»
27
Se levantó y partió. Y he aquí que un etíope eunuco, alto funcionario de Candace, reina de los etíopes, que estaba a cargo de todos sus tesoros, y había venido a adorar en Jerusalén,
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regresaba sentado en su carro, leyendo al profeta Isaías.
29
El Espíritu dijo a Felipe: «Acércate y ponte junto a ese carro.»
30
Felipe corrió hasta él y le oyó leer al profeta Isaías
31
El contestó: «¿Cómo lo puedo entender si nadie me hace de guía?» Y rogó a Felipe que subiese y se sentase con él.
32
El pasaje de la Escritura que iba leyendo era éste: «Fue llevado como una oveja al matadero
33
En su humillación le fue negada la justicia
34
El eunuco preguntó a Felipe: «Te ruego me digas de quién dice esto el profeta: ¿de sí mismo o de otro?»
35
Felipe entonces, partiendo de este texto de la Escritura, se puso a anunciarle la Buena Nueva de Jesús.
36
Siguiendo el camino llegaron a un sitio donde había agua.
37
El eunuco dijo: «Aquí hay agua
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Y mandó detener el carro. Bajaron ambos al agua, Felipe y el eunuco
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y en saliendo del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe y ya no le vio más el eunuco, que siguió gozoso su camino.
40
Felipe se encontró en Azoto y recorría evangelizando todas las ciudades hasta llegar a Cesarea.
Capítulo 9
1
Entretanto Saulo, respirando todavía amenazas y muertes contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote,
2
y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que si encontraba algunos seguidores del Camino, hombres o mujeres, los pudiera llevar atados a Jerusalén.
3
Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo,
4
cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?»
5
El respondió: «¿Quién eres, Señor?» Y él: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues.
6
Pero levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer.»
7
Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto
8
Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Le llevaron de la mano y le hicieron entrar en Damasco.
9
Pasó tres días sin ver, sin comer y sin beber.
10
Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le dijo en una visión: «Ananías.» El respondió: «Aquí estoy, Señor.»
11
Y el Señor: «Levántate y vete a la calle Recta y pregunta en casa de Judas por uno de Tarso llamado Saulo