Capítulo 8, versos 24-37
24
Simón respondió: «Rogad vosotros al Señor por mí, para que no venga sobre mí ninguna de esas cosas que habéis dicho.»
25
Ellos, después de haber dado testimonio y haber predicado la Palabra del Señor, se volvieron a Jerusalén evangelizando muchos pueblos samaritanos.
26
El Angel del Señor habló a Felipe diciendo: «Levántate y marcha hacia el mediodía por el camino que baja de Jerusalén a Gaza. Es desierto.»
27
Se levantó y partió. Y he aquí que un etíope eunuco, alto funcionario de Candace, reina de los etíopes, que estaba a cargo de todos sus tesoros, y había venido a adorar en Jerusalén,
28
regresaba sentado en su carro, leyendo al profeta Isaías.
29
El Espíritu dijo a Felipe: «Acércate y ponte junto a ese carro.»
30
Felipe corrió hasta él y le oyó leer al profeta Isaías
31
El contestó: «¿Cómo lo puedo entender si nadie me hace de guía?» Y rogó a Felipe que subiese y se sentase con él.
32
El pasaje de la Escritura que iba leyendo era éste: «Fue llevado como una oveja al matadero
33
En su humillación le fue negada la justicia
34
El eunuco preguntó a Felipe: «Te ruego me digas de quién dice esto el profeta: ¿de sí mismo o de otro?»
35
Felipe entonces, partiendo de este texto de la Escritura, se puso a anunciarle la Buena Nueva de Jesús.
36
Siguiendo el camino llegaron a un sitio donde había agua.
37
El eunuco dijo: «Aquí hay agua