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Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco
«Conviene, pues, que de entre los hombres que anduvieron con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús convivió con nosotros,
Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo.
«Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazoreo, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis,
Había un hombre, tullido desde su nacimiento, al que llevaban y ponían todos los días junto a la puerta del Templo llamada Hermosa para que pidiera limosna a los que entraban en el Templo.
Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos.»
Viendo la valentía de Pedro y Juan, y sabiendo que eran hombres sin instrucción ni cultura, estaban maravillados. Reconocían, por una parte, que habían estado con Jesús
y al mismo tiempo veían de pie, junto a ellos, al hombre que había sido curado
Decían: «¿Qué haremos con estos hombres? Es evidente para todos los habitantes de Jerusalén, que ellos han realizado una señal manifiesta, y no podemos negarlo.
pues el hombre en quien se había realizado esta señal de curación tenía más de cuarenta años.
Un hombre llamado Ananías, de acuerdo con su mujer Safira, vendió una propiedad,
¿Es que mientras lo tenías no era tuyo, y una vez vendido no podías disponer del precio? ¿Por qué determinaste en tu corazón hacer esto? Nos has mentido a los hombres, sino a Dios.»
Los creyentes cada vez en mayor número se adherían al Señor, una multitud de hombres y mujeres.
Se presentó entonces uno que les dijo: «Mirad, los hombres que pusisteis en prisión están en el Templo y enseñan al pueblo.»
y les dijo: «Os prohibimos severamente enseñar en ese nombre, y sin embargo vosotros habéis llenado Jerusalén con vuestra doctrina y queréis hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre.»
Pedro y los apóstoles contestarón: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.
Entonces un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, con prestigio ante todo el pueblo, se levantó en el Sanedrín. Mandó que se hiciera salir un momento a aquellos hombres,
y les dijo: «Israelitas, mirad bien lo que vais a hacer con estos hombres.
Porque hace algún tiempo se levantó Teudas, que pretendía ser alguien y que reunió a su alrededor unos cuatrocientos hombres
Os digo, pues, ahora: desentendeos de estos hombres y dejadlos. Porque si esta idea o esta obra es de los hombres, se destruirá
Por tanto, hermanos, buscad de entre vosotros a siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría, y los pondremos al frente de este cargo
Pareció bien la propuesta a toda la asamblea y escogieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía
Entonces sobornaron a unos hombres para que dijeran: «Nosotros hemos oído a éste pronunciar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios.»
Presentaron entonces testigos falsos que declararon: «Este hombre no para de hablar en contra del Lugar Santo y de la Ley
aunque el Altísimo no habita en casas hechas por mano de hombre como dice el profeta:
y dijo: «Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios.»
Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él.
En la ciudad había ya de tiempo atrás un hombre llamado Simón que practicaba la magia y tenía atónito al pueblo de Samaria y decía que él era algo grande.
Pero cuando creyeron a Felipe que anunciaba la Buena Nueva del Reino de Dios y el nombre de Jesucristo, empezaron a bautizarse hombres y mujeres.
y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que si encontraba algunos seguidores del Camino, hombres o mujeres, los pudiera llevar atados a Jerusalén.
Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto
y ha visto que un hombre llamado Ananías entraba y le imponía las manos para devolverle la vista.»
Respondió Ananías: «Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos males que ha causado a tus santos en Jerusalén
Encontró allí a un hombre llamado Eneas, tendido en una camilla desde hacía ocho años, pues estaba paralítico.
Lida está cerca de Joppe, y los discípulos, al enterarse que Pedro estaba allí, enviaron dos hombres con este ruego: «No tardes en venir a nosotros.»
Había en Cesarea un hombre, llamado Cornelio, centurión de la cohorte Itálica,
Ahora envía hombres a Joppe y haz venir a un tal Simón, a quien llaman Pedro.
Estaba Pedro perplejo pensando qué podría significar la visión que había visto, cuando los hombres enviados por Cornelio, después de preguntar por la casa de Simón, se presentaron en la puerta
Estando Pedro pensando en la visión, le dijo el Espíritu: «Ahí tienes unos hombres que te buscan.
Ellos respondieron: «El centurión Cornelio, hombre justo y temeroso de Dios, reconocido como tal por el testimonio de toda la nación judía, ha recibido de un ángel santo el aviso de hacerte venir a su casa y de escuchar lo que tú digas.»
Pedro le levantó diciéndole: «Levántate, que también yo soy un hombre.»
«En aquel momento se presentaron tres hombres en la casa donde nosotros estábamos, enviados a mí desde Cesarea.
El Espíritu me dijo que fuera con ellos sin dudar. Fueron también conmigo estos seis hermanos, y entramos en la casa de aquel hombre.
porque era un hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe. Y una considerable multitud se agregó al Señor.
Entonces el pueblo se puso a aclamarle: «¡Es un dios el que habla, no un hombre!»
que estaba con el procónsul Sergio Paulo, hombre prudente. Este hizo llamar a Bernabé y Saulo, deseoso de escuchar la Palabra de Dios.
Depuso a éste y les suscitó por rey a David, de quien precisamente dio este testimonio: He encontrado a David, el hijo de Jesé, un hombre según mi corazón, que realizará todo lo que yo quiera.
Había allí, sentado, un hombre tullido de pies, cojo de nacimiento y que nunca había andado.
La gente, al ver lo que Pablo había hecho, empezó a gritar en licaonio: «Los dioses han bajado hasta nosotros en figura de hombres.»
«Amigos, ¿por qué hacéis esto? Nosotros somos también hombres, de igual condición que vosotros, que os predicamos que abandonéis estas cosas vanas y os volváis al Dios vivo que hizo el cielo, la tierra, el mar y cuanto en ellos hay,
Para que el resto de los hombres busque al Señor, y todas las naciones que han sido consagradas a mi nombre, dice el Señor que hace
Entonces decidieron los apóstoles y presbíteros, de acuerdo con toda la Iglesia, elegir de entre ellos algunos hombres y enviarles a Antioquía con Pablo y Bernabé
hemos decidido de común acuerdo elegir algunos hombres y enviarlos donde vosotros, juntamente con nuestros queridos Bernabé y Pablo,
que son hombres que han entregado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo.
Nos seguía a Pablo y a nosotros gritando: «Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, que os anuncian un camino de salvación.»
los presentaron a los pretores y dijeron: «Estos hombres alborotan nuestra ciudad
Llegado el día, los pretores enviaron a los lictores a decir al carcelero: «Pon en libertad a esos hombres.»
Creyeron, pues, muchos de ellos y, entre los griegos, mujeres distinguidas y no pocos hombres.
«Dios, pues, pasando por alto los tiempos de la ignorancia, anuncia ahora a los hombres que todos y en todas partes deben convertirse,
porque ha fijado el día en que va a juzgar al mundo según justicia, por el hombre que ha destinado, dando a todos una garantía al resucitarlo de entre los muertos.»
Pero algunos hombres se adhirieron a él y creyeron, entre ellos Dionisio Areopagita, una mujer llamada Damaris y algunos otros con ellos.
Un judío, llamado Apolo, originario de Alejandría, hombre elocuente, que dominaba las Escrituras, llegó a Éfeso.
Eran en total unos doce hombres.
Y arrojándose sobre ellos el hombre poseído del mal espíritu, dominó a unos y otros y pudo con ellos de forma que tuvieron que huir de aquella casa desnudos y cubiertos de heridas.
Habéis traído acá a estos hombres que no son sacrílegos ni blasfeman contra nuestra diosa.
y también que de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas, para arrastrar a los discípulos detrás de sí.
se acercó a nosotros, tomó el cinturón de Pablo, se ató sus pies y sus manos y dijo: «Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al hombre de quien es este cinturón. Y le entregarán en manos de los gentiles.»
Haz, pues, lo que te vamos a decir: Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen un voto que cumplir.
Entonces Pablo tomó al día siguiente a los hombres, y habiéndose purificado con ellos, entró en el Templo para declarar el cumplimiento del plazo de los días de la purificación cuando se había de presentar la ofrenda por cada uno de ellos.
y se pusieron a gritar: «¡Auxilio, hombres de Israel! Este es el hombre que va enseñando a todos por todas partes contra el pueblo, contra la Ley y contra este Lugar
Yo perseguí a muerte a este Camino, encadenando y arrojando a la cárcel a hombres y mujeres,
«Un tal Ananías, hombre piadoso según la Ley, bien acreditado por todos los judíos que habitaban allí,
pues le has de ser testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído.
Al oír esto el centurión fue donde el tribuno y le dijo: «¿Qué vas a hacer? Este hombre es ciudadano romano.»
Se levantó, pues, un gran griterío. Se pusieron en pie algunos escribas del partido de los fariseos y se oponían diciendo: «Nosotros no hallamos nada malo en este hombre. ¿Y si acaso le habló algún espíritu o un ángel?»
Pero tú no les hagas caso, pues le preparan una celada más de cuarenta hombres de entre ellos, que se han comprometido bajo anatema a no comer ni beber hasta haberle dado muerte
Este hombre había sido apresado por los judíos y estaban a punto de matarlo cuando, al saber que era romano, acudí yo con la tropa y le libré de sus manos.
Pero habiéndome llegado el aviso de que se preparaba una celada contra este hombre, al punto te lo he mandado y he informado además a sus acusadores que formulen sus quejas contra él ante ti.»
Hemos encontrado esta peste de hombre que provoca altercados entre los judíos de toda la tierra y que es el jefe principal de la secta de los nazoreos.
Por eso yo también me esfuerzo por tener constantemente una conciencia limpia ante Dios y ante los hombres.
«Que bajen conmigo, les dijo, los que entre vosotros tienen autoridad y si este hombre es culpable en algo, formulen acusación contra él.»
Como pasaran allí bastantes días, Festo expuso al rey el caso de Pablo: «Hay aquí un hombre, le dijo, que Félix dejó prisionero.
Yo les respondí que no es costumbre de los romanos entregar a un hombre antes de que el acusado tenga ante sí a los acusadores y se le dé la posibilidad de defenderse de la acusación.
Ellos vinieron aquí juntamente conmigo, y sin dilación me senté al día siguiente en el tribunal y mandé traer al hombre.
Agripa dijo a Festo: «Querría yo también oír a ese hombre.» - «Mañana, dijo, le oirás.»
y mientras se retiraban iban diciéndose unos a otros: «Este hombre no ha hecho nada digno de muerte o de prisión.»
Agripa dijo a Festo: «Podía ser puesto en libertad este hombre si no hubiera apelado al César.»
Los nativos, cuando vieron el animal colgado de su mano, se dijeron unos a otros: «Este hombre es seguramente un asesino